En 1969, el grupo musical “Los solitarios” grabó la canción “Sufrir” que se convirtió en uno de sus grandes éxitos, la cual dice: “Sufrir me tocó a mí en esta vida. Llorar es mi destino hasta el morir”.
Sí, hay momentos en que cualquiera de nosotros se puede identificar con el contenido de esta letra, pero no se puede absolutizar la afirmación de que sea nuestro único destino. Habrá quien, a pesar de experimentar problemáticas difíciles y dolorosas sea capaz de manifestar que “La vida es bella”, como en aquella película de Roberto Benigni en la que marcha jocosamente al paredón, para no romper la dinámica de un supuesto juego que lleva adelante con su hijo y dramatizar la conciencia de su pequeño, además de evidenciarlo y poner en riesgo su inocente vida.
Todos tenemos momentos de prueba y dolor, pero su impacto sobre nosotros depende de la manera en que los aceptemos y afrontemos. No podemos pensar que somos los únicos seres desgraciados y que todo lo malo nos sucede a nosotros, como en el minicuento de Gabriel García Márquez, que se titula El drama del desencantado:
“...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida”.
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