La autonomía universitaria: breve historia de su origen

EL OCTAVO DÍA
29/10/2023 04:03
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    Así como los reyes aumentaban sus aportaciones a las universidades y buscaban en ellas a sus cuadros dirigentes, también buscaban controlarlas, para que el dinero destinado se ejerciera bajo su cetro y que la formación de los jóvenes fuese la más útil al gobierno del reino.

    ¿De dónde surgió la idea de la autonomía y gobierno propio de las universidades?

    Todo comienza en la ciudad de Bolonia, Italia, hacia el año 1050, al desarrollarse un grupo destacado de juristas que atrajo al lugar a un número importante de estudiantes de diversas regiones de Europa.

    Y donde hay estudiantes y profesores, hay una derrama económica, una sociedad alerta y también, conflictos.

    Ante el abuso de muchos caseros y de que cualquier problema entre ellos o con la comunidad misma se resolviesen bajo las leyes de Bolonia -muy diferentes o atrasadas en cuanto a sus sitios de origen- los estudiantes se fueron a vivir dentro del campus y así, nacieron las primeras semillas del autogobierno académico.

    Era la época de las ciudades estado de Italia y los estudiantes fueron apoyados por el Papa en turno... sí, la Iglesia estuvo también presente en el origen de las universidades. Pero poco a poco se irían separando.

    El gran Umberto Eco y los sacerdotes Xaverianos, excelentes pedagogos, provienen de Bolonia, por cierto.

    La Facultad de Artes de la Universidad de París (futura Sorbonne) empieza entonces a mostrar, desde mediados del Siglo 13, una tendencia a la emancipación, que tiene como consecuencia la frecuencia de conflictos con la Facultad de Teología y por supuesto, con la curia.

    Esta estructura conflictiva de la universidad es la que provoca y permite el desarrollo de los problemas filosóficos típicos de la época. El saber debe separarse de la escolástica religiosa, comienza a reclamarse.

    La introducción de todo el corpus aristotélico en el programa de la Facultad de Artes detona en ella discusiones de un orden superior en la jerarquía intelectual, lo cual mueve a su vez a los doctores de Teología a introducirlas también en la suya, con el fin de mantener un cierto control sobre el debate de temas peligrosos para el establecimiento del dogma cristiano.

    Y esto es complejo: en Aristóteles bullen conceptos tan distintos como la idea del alma y la rotación heliocéntrica de la tierra.

    Las dos facultades pasarían el resto del siglo en un conflicto permanente, pivote en la evolución de la investigación filosófica en la Baja Edad Media. El poder eterno de la Iglesia se enfrentó en el aula contra el poder temporal de los humanos.

    Después de un violento conflicto de “pueblo y toga”, que incluyó barricadas y arrestos como en 1968, los maestros y estudiantes de París abandonaron la capital durante dos años, entre 1229 y 1231.

    Otros se dispersaron permanentemente por el Valle del Loira, Picardía, Champaña, Inglaterra, Italia y España. La mayoría de ellos continuó enseñando o estudiando, y su llegada fomentó el desarrollo de centros académicos como Orleans, Poitiers o Palencia.

    Universidades recientes como Oxford o Toulouse vieron su población aumentar repentinamente con la llegada de los parisinos. La gran dispersión de la Universidad de París marcó en el surgimiento de las universidades europeas.

    Desde el Siglo 15 comenzó a acentuarse el poder de los reyes y a disminuir el de otros factores medievales, como el emperador, el Papa o los burgomaestres. Los monarcas lograron hacer que sus súbditos les reconocieran como autoridades supremas dentro del reino.

    El crecimiento del poder real conllevaba un aumento en el aparato de gobierno, para lo cual urgía personal altamente calificado. Los reyes voltearon hacia las universidades, matriz de los especialistas en derecho, filosofía, teología y medicina.

    Las universidades vivieron este proceso de una forma compleja. Por una parte, crecieron gracias a que los monarcas decidieron pagar nuevas cátedras o contribuir en la construcción de nuevos edificios. También porque numerosos jóvenes querían estudiar para encontrar una colocación en la administración de los reinos.

    Pero así como los reyes aumentaban sus aportaciones a las universidades y buscaban en ellas a sus cuadros dirigentes, también buscaban controlarlas, para que el dinero destinado se ejerciera bajo su cetro y que la formación de los jóvenes fuese la más útil al gobierno del reino.

    Las universidades sufrieron la intervención real como una lesión de la autonomía. Recibían dinero y nuevos alumnos, pero no eran libres de gastarlo como mejor decidieran ni sus enseñanzas podían obviar los intereses reales.

    Fue una época de crecimiento material, pero de limitaciones académicas. Numerosas universidades se estancaron intelectualmente. Un buen ejemplo fue el de las universidades españolas, que se multiplicaron en el Siglo 16, atendiendo a miles de alumnos, pero que también desarrollaron una enseñanza que privilegiaba la autoridad y desdeñaba la creatividad.

    Las grandes innovaciones comenzaron a desarrollarse fuera de las universidades. El Siglo de Oro español corresponde a esta época y parece difícil explicar tanta brillantez literaria en medio de un ambiente universitario bastante limitado.

    La pobre España no tuvo una Ilustración enciclopedista como la de Francia, que desencadenaría la Revolución Francesa, el Código Civil y el eclipse de los reyes.

    Pero no sorprende tanto, sobre todo si pensamos que cuando la universidad dejó de ser una alternativa para la creatividad, los pensadores tuvieron que buscar nuevos recursos y la literatura fue uno de los recursos más poderosos.

    La autonomía de la Universidad en México se inicia a partir de un mitin que se llevó a cabo el 23 de mayo de 1929, frente a la Escuela de Medicina de la Universidad, policías y bomberos se enfrentaron a estudiantes... pero esa ya es otra historia.