Arturo Santamaría Gómez
Masaje a mis pies,
es gracias a ustedes que
llegué hasta aquí.
Gracias a estos pies estoy
Parada hoy en México.
Tanka de Mitsuko Kasuga (Akane).
Es decir, ¡salud, salud, salud!, en japonés, brindó la señora Esperanza Kasuga Osaka a sus familiares, empleados y amigos al celebrar en Mazatlán el sábado anterior los primeros 40 años de vida de su empresa Alimentos Kay.
Y sí, nada mejor que desear salud a quienes estimamos. Con salud la vida es más sabrosa, diríamos los que vivimos del mar o, por lo menos, a un lado del mar. Es por esta filosofía marina que he preferido escribirles en estos días navideños un tema amable, y creo que también placentero y motivador.
Las estadísticas nos dicen que el promedio de vida de una empresa familiar mexicana es de 25 años, mientras que una gestionada de manera institucional perdura en promedio 10 lustros. Bueno pues Alimentos Kay ya rebasó con creces la durabilidad promedio. Seguramente esto ha sido porque la empresa de la familia Yoshi-Kasuga se institucionalizó y se transformó en lo que los especialistas de la materia llaman “familia empresaria”; es decir, formalizó y separó las interacciones entre las metas de la empresa y los asuntos privados de la familia. Persisten, por supuesto, los intereses familiares en la empresa pero al crecer e institucionalizarse, al participar también los intereses de los empleados entre otras cosas, se formalizan y se aclaran los distintos roles.
Al margen de lo anterior, sospecho que la inteligente adaptación de la cultura japonesa del trabajo al contexto mexicano, y más particularmente al mazatleco, ha hecho posible que Alimentos Kay no tan sólo haya crecido considerablemente en cuatro décadas bajo la conducción de los esposos Yoshi-Kasuga, sino que ya se ha transferido la posta a los tres hijos del matrimonio, y se empieza a orientar con el mismo objetivo a los tres primeros nietos.
Es emocionante, estimulante y aleccionador darse cuenta cómo esta familia japonesa-mexicana, donde el abuelo nació en Japón, la abuela, o sea la señora Esperanza Kasuga, nació en México de padres japoneses, y sus hijos y nietos en México, así como la única nuera, en Japón, continúa cultivando símbolos y tradiciones niponas que influyen en la filosofía empresarial y la dotan de una visión de largo plazo.
Quiero pensar que así como para Tsumo Yoshi concluyó la pintura de un Daruma, símbolo de buena fortuna y perseverancia en la cultura japonesa que empezó a pintar hace 10 años, ahora sus hijos al iniciar el trazo de un nuevo Daruma se sienten moral y poderosamente comprometidos a completarlo en una década más. Este es justamente el valor funcional de los símbolos: comprometen moralmente a quienes los adoptan a defenderlos y llevarlos hasta sus últimas consecuencias.
Así pues, el Daruma compromete a los hijos Yoshi Kasuga con la empresa, sus padres, sus ancestros y los nietos de los abuelos Tsumo y Esperanza. Y digo los ancestros, porque esta historia se puede contar porque Tsutomu Kasuga a los 21 años decidió emigrar a México hace ya casi 90 años, y un lustro después lo imita Mitsuko Osaka para contraer nupcias con el arrojado joven, quien ya había adaptado el nombre de Carlos.
Tsutomu Kasuga, haciendo honor a la fama de los japoneses en el mundo de ser muy esforzados y honestos, logró convertirse, después de varios años de penurias y mucho trabajo, en un exitoso empresario en la Ciudad de México. Pero el joven Kasuga nunca hubiese podido lograrlo sin la amorosa e inteligente compañía de Mitsuko.
Tsutomu y Mitsuko eran muy diferentes. Él era un empresario samurái, valiente, creativo e incansable, ella era una artista sensible y talentosa. Él vino a México a crear empresas, acumular capital y hacer muchos amigos. Ella a criar una familia, a trabajar duramente en casa, a escribir poesía y también a hacer muchos amigos, sobre todo en los mercados. Él en México se convirtió en Carlos. Ella en Akane, su nombre como poeta.
Akane, dicen sus cinco hijos, fue la principal responsable de transmitirles los sólidos valores de la cultura japonesa. Los educó más japoneses que los nacidos en Japón, a decir de los propios nacidos en el archipiélago, según cuenta Teresa Kasuga que eso le decían cuando ella estudió la universidad en la tierra de sus padres.
En el libro intitulado “Akane. Las tankas de Mitsuko Kasuga, Migrante Japonesa en México”, escrito con las memorias de sus hijos, vemos las influencias de los fundadores del clan Kasuga:
“Tsutomu era un hombre que poseía una gran capacidad de acción. Le daba seguimiento a sus ideas y una tras otra las llevaba a la práctica”. En cambio “Mitsuko no era muy hábil en cuanto a las cuentas y el dinero”, pero ambos “continuaban trabando incesantemente”.
“En cuanto al aprendizaje del idioma japonés, Mitsuko se encargó de ser la maestra de sus hijos y cuando estos regresaban del colegio, ella les enseñaba. Incluso, a su tercera hija, Esperanza Masako y a su hija más pequeña, María Teresa Mikawo, les hizo tomar clases de danza tradicional japonesa y de ceremonia del té” (...). “La vida de Mitsuko era una acumulación de enfrentar adversidades con mucho esfuerzo, por lo que ella esperaba lo mismo de sus hijos”.
Quizá no lo habían planeado así, pero los hijos Kasuga Osaka fueron una equilibrada síntesis de dos personalidades muy diferentes: “Tsutomu dejaba que sus hijos crecieran a sus anchas. Mitsuko era la rigurosa en la educación, y de esa manera se balanceaba el hogar”.
Sé que las empresas de los hijos de Tsutomu y Mitsuko son exitosas y quiero creer que en gran medida lo son porque recogen las enseñanzas de sus señores padres, inteligente y amorosamente adaptadas a la cultura y sociedad mexicanas, tal y como lo pudimos ver en el 40 aniversario de la empresa Alimentos Kay.
Finalmente, como regalo navideño, les dejo aquí un segundo Tanka o poema mínimo japonés de Akane:
“Heredarás sueños para México”.
Se lo murmuro.
La idea abraza a mi nieto,
Su calidez me envuelve.
santamar24@hotmail.com