Jornadas intramuros

    La soledad nutre cuando es buscada, pero aniquila cuando es impuesta. El silencio y la ausencia de compañía ayudan a interiorizarse y cuestionar la propia vida. Empero, cuando la interiorización no fue perseguida ni la soledad anhelada, sobreviene un cansancio, nihilismo y desesperación que consumen la existencia.

    Las jornadas intramuros que hemos vivido y soportado a causa de la pandemia no fueron pretendidas. Nunca pensamos que se alargara tanto el periodo de encierro y sana distancia. La convivencia es benéfica y retroalimenta, mas no cuando la sientes obligatoria y forzada.

    Mario Benedetti escribió su novela Primavera con una esquina rota, en la que titula un capítulo con el nombre de Intramuros para simbolizar que Santiago, un preso político que se encuentra encerrado en la prisión llamada “Libertad”, experimenta un vacío existencial, como hace notar a su mujer, Graciela, en las cartas que le escribe:

    “Cuando uno está afuera e imagina que, por una razón o por otras puede pasar varios años entre cuatro paredes, pienso que no aguantaría, que eso sería sencillamente insoportable. No obstante, es soportable, ya se ve. Al menos yo lo he soportado. No niego haber pasado momentos de desesperación, además de aquellos en que la desesperación incluye sufrimiento físico. Pero ahora me refiero a la desesperación pura, cuando uno empieza a calcular, y el resultado es esta jornada de clausura, multiplicada por miles de días”.

    Explicó que el cuerpo se adapta más fácilmente que el ánimo: “El cuerpo es el primero que se acostumbra a los nuevos horarios, a sus nuevas posturas, al nuevo ritmo de sus necesidades, a sus nuevos cansancios, a sus nuevos descansos, a su nuevo hacer y a su nuevo no hacer”.

    Sin embargo, terminó con dos angustiantes preguntas: “¿Llegaré a habituarme? No lo creo. ¿Vos te habituaste?”