Hoy comienza el Cónclave para elegir al sucesor del Papa Francisco; mientras tanto, continuamos reflexionando la octava estación del Vía Crucis, sobre el encuentro de Jesús con las mujeres de Jerusalén. Es conocido que eran muchas las mujeres que seguían a Jesús, aunque a ninguna de ellas la nombró apóstol; situación difícil y conflictiva en un ambiente machista, lo que pondría en riesgo inmediato su proyecto de salvación.
En efecto, si Jesús quería llevar adelante su ministerio, era necesario no actuar precipitadamente, pues lo hubieran crucificado desde el primer momento (ya vimos cómo el difunto Papa Francisco se enfrentó a muchas críticas por designar a una monja como Gobernadora del Vaticano, y nos encontramos en pleno Siglo 21).
Sin embargo, aunque Jesús no llamó a ninguna mujer cómo apóstol, distinguió a muchas mujeres durante su ministerio. Se hospedaba en casa de Lázaro, Marta y María; defendió a la adúltera que la turba quería lapidar; se detuvo a platicar en el pozo con una samaritana, e incluso, le pidió de beber. Cuando Jesús fue sepultado, las mujeres fueron las primeras en acudir al sepulcro para testificar su resurrección. Y, sobre todo, no debemos olvidar que Jesús enalteció a la mujer desde el momento mismo en que fue concebido en el seno de María.
Hoy, a pesar de algunos resabios machistas, es reconocido el liderazgo directivo femenino en innumerables ámbitos: religiosos, familiares, políticos, científicos, educativos, sociales y en el entorno empresarial.
Recordemos unas palabras del fallecido Papa Francisco: “Una Iglesia sin mujeres es como el Colegio Apostólico sin María... La Iglesia es femenina: es Iglesia, es esposa, es madre... Creo que todavía no hemos creado una teología profunda de la mujer en la Iglesia... Necesitamos crear una teología profunda de la mujer”.
¿Valoro a la mujer?