@DoliaEstevez
WASHINGTON, D.C._ La reacción de Trump al brutal asesinato de mujeres y niños no se hizo esperar. A las 8:25 am hora local del martes pasado, despachó tres tuits consecutivos para ofrecer “ayuda”, presuntamente militar, a López Obrador para “limpiar de la faz de la tierra a los cárteles”.
“Este es el momento para que México, con la ayuda de EU, libre una GUERRA contra los carteles de la droga y los desaparezca… A veces es necesario un ejército para derrotar a otro ejército”, escribió. Estados Unidos está “presto, deseoso y es capaz de involucrarse para hacer el trabajo con rapidez y eficacia”, remató.
Contrario a lo que se pueda creer en México, Estados Unidos no está a punto de invadirnos. Trump es un charlatán. Le gusta hablar de guerras y de “desaparecer de la faz de tierra” a enemigos reales o inventados, pero los hechos muestran que son fanfarronadas.
Trump no ha lanzado una sola invasión en lo que lleva en la presidencia e incluso ha reducido la presencia militar en los escenarios de guerra como en Siria. No le gustan las guerras. Dice que cuestan mucho. La población no tiene apetito para más derramamiento de sangre en escenarios extranjeros. Está harta. Cuando las tensiones bélicas estuvieron a punto de desbordarse con Irak y Corea del Norte, Trump se replegó.
Con todo, no salió sobrando que López Obrador rechazara el ofrecimiento. “Lo peor que puede haber es la guerra. La guerra es sinónimo de irracionalidad”.
Los tuits belicosos que alborotaron el avispero en México fueron impulsivos y atropellados, de esos que tienen que ser enmendados por mentes ecuánimes por no representar políticas previamente consensuadas. En declaración a la prensa, el Departamento de Estado aclaró que la ayuda ofrecida a México provendría del FBI. México aceptó que la famosa agencia de investigación criminal colabore en las pesquisas sobre el asesinato de mormones, informó Marcelo Ebrard el lunes.
En Hermosillo, donde lo sorprendió la noticia de la masacre, el Embajador Landau, quien parece ejercer cierta influencia de moderación en la relación, subrayó que el combate a la delincuencia y al crimen organizado “son retos compartidos” por lo que “no tiene sentido” culparse mutuamente. “Los malos son los delincuentes y los criminales”. Landau no retuiteó a su Presidente.
Culpar a México fue exactamente lo que hicieron algunos legisladores y medios. El sonido de los tambores de guerra empezó a reverberar en el Capitolio. Envalentonados por la retórica de Trump y el bombardeo de imágenes televisivas sobre la masacre de mormones, subieron el volumen. Demandaron que Estados Unidos tome el asunto en sus propias manos y se contrarresten balas con más balas. Pidieron dar a los carteles el estatus de terroristas para justificar la intervención unilateral (como en Siria, Irak y Afganistán). Compararon a los narcos con ISIS y a México con Irak, y plantearon imponer sanciones a funcionarios mexicanos que se nieguen a confrontar a los carteles.
Un trasnochado editorialista de The New York Times recicló el obsoleto cliché de “Estado fallido”, el cual fue sustituido del léxico académico a “Estado frágil” por controvertido y contraproducente en 2014. México se dirige rápidamente hacia un “estado fallido” como Irak, escribió. Tomando recetas ahora sí que fallidas del manual de la CIA, propuso una ofensiva militar “similar a la campaña de contra insurgencia” que se aplicó en Irak… como si la invasión en Irak no fuera el peor desastre estratégico militar de Estados Unidos desde Vietnam.
La hipócrita prepotencia en todo su esplendor. Estados Unidos víctima del mal Gobierno, de los sanguinarios carteles, de los ineptos mexicanos y de la ineludible geografía. Siempre viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Ni una palabra sobre el hecho de que es el principal fabricante y proveedor de las armas de alto calibre que usan los carteles en sus masacres y el mercado #1 de drogas que ingieren compulsivamente los estadounidenses. O sobre los todopoderosos carteles farmacéuticos creadores e inductores de la adicción masiva a los opioides. O sobre los bancos intocables defensores de leyes que alientan el lavado de dinero.
Más allá de la responsabilidad de Estados Unidos, es innegable que la violencia y el creciente número de homicidios son testimonio del fracaso de las políticas de decapitar carteles de los últimos dos sexenios. Eso no implica, sin embargo, abrazar el otro extremo. El Estado no puede renunciar al uso de la fuerza en defensa de la población en las zonas tomadas por los grupos delictivos. Urge recuperar el tercio del territorio nacional perdido a manos de los criminales hace más de una década.
La narrativa de “abrazos no balazos” de AMLO es hoy más indefendible que nunca. Urge una estrategia convincente que haga frente al agravamiento de la crisis de inseguridad y a la violencia. Es imperativo que la Guardia Nacional retome la misión para la que fue creada y deje de servir de muro policiaco de las políticas antinmigrantes de Trump. Ya basta de hacerle favores a expensas del interés nacional y en detrimento de la estabilidad interna.