La palabra no tiene demasiada buena fama. Normalmente pensamos en asuntos de gobierno. Las hay libertarias y opresoras. Viven en nosotros. Pero en todo caso sabemos que rebasan la vida individual, que son referentes y anclajes imprescindibles.
Preparatoriano entré al local, buscaba algún título. De pronto me vi rodeado de pilas de libros un poco amenazantes por su precario equilibrio, me jalaba un letrero: “Novedades”. A lo lejos los LPs. El libro impone, pero ahí no había solemnidad. Se podía tomar cualquier titulo, hojearlo, sin que nadie lo mirara a uno con ánimo de vigilancia. Muchos jóvenes y adultos hacíamos exactamente eso, hojear, porque también así se aprende. Perdido en aquel vasto universo de opciones, pregunté por el título a un hombre fornido, Manuel. Me lo entregó con rapidez. Pero ya había yo caído en la trampa, cómo salir de allí sin llevarme algunos cuentos de Cortázar y echar un ojo a los discos.
El sitio se encontraba a quizá tres minutos caminando de casa de mis padres. El logotipo era inolvidable y amable: Gandhi. Mis visitas se volvieron muy frecuentes, sobre todo cuando ingresé a la UNAM. Me hice amigo de Manuel, de la cajera y un día tuve que subir la escalera y buscar al dueño. Allí había un par de mesas en las que se jugaba ajedrez en pleno silencio. Un hombre alto, corpulento, barbado y de mirada penetrante, se acercó a mí, tú eres el que quiere un descuento para tu grupo. Adelante, y lo autorizó. Se llamaba Mauricio Achar. Nos hicimos amigos. Fue muy cercano a Germán Dehesa, en cuyas puestas en escena actuaba por simple diversión. Importaba saldos de libros de arte en Nueva York y los vendía muy baratos, había ofertas de verdad, promociones, presentaciones, de todo. Mauricio Achar creó un hogar amable para los amigos de los libros, una institución. Felicidades por el medio siglo.
Leyendo escuchaba su eslogan “Buena música desde la ciudad de México”. Las siglas: XELA, en el 830 de AM. Su origen remite a un grupo de amigos, entre ellos Teodoro González de León, gran melómano, que compartieron sus colecciones para fomentar el gusto por la música instrumental. Una vez creado el vicio es difícil sobrevivir sin ella. XELA desapareció, pero por fortuna el sistema de radio pública, IMER, impulsó un nuevo espacio para ese fin, OPUS 94. Nació así una nueva compañera para todo el día, todos los días. Bonnie Perete, Juan Lara, Sergio Bustos, el maestro Platas con la magnífica “La otra versión”, o “Todas las mañanas”; Terry Guerrero con su voz sobria. Liliana Mascareñas con la difícil misión de hacernos imaginar el ballet; Sergio Vela y su infatigable conocimiento de ópera igual que la erudición de Eduardo Lizalde; Luis Gerardo Zavala, el gran Ernesto de la Peña, creador de “Música para Dios”, que así sigue entre nosotros; Javier García Diego con “Historia para todos” y Bertha Hernández con “Historia en vivo”; también jazz, música incidental, brasileña los viernes por la noche; “Música encantada”, coral, con Ana Patricia Carbajal. Juan María Alponte pasó allí, Alicia Zendejas con su voz ronca hablando de literatura; Lucas Hernández Bico y Miguel Sánchez Rojas con su vasto conocimiento; los conciertos de OFCM. Las transmisiones del MET. La lista es infinita, se trata de un patrimonio humano forjado durante décadas. OPUS cumple 35 años. Es una institución. Como premio le cayeron los recortes.
No fue suficiente con zarandear a la Secretaria de Cultura impidiéndole terminar los trabajos de restauración de los bienes de gran valor, dañados en el sismo de 2017. Por supuesto que todo cambia y debe evolucionar. Pero los recortes en OPUS no sanan en nada el desequilibrio fiscal generado por la locura en el gasto. Y ahora Tenochtiland. ¿De verdad?
Creadores de instituciones ha habido y muchos, pero ahora estamos en manos de varios destructores. Sólo las instituciones dan certeza en la vida. Defendámoslas.