Dice una conocida frase que “una imagen vale más que mil palabras”. Es cierto que hay imágenes que valen más que cualquier expresión, como hay imágenes tan sorprendentes que nos dejan prácticamente sin palabras. Sin embargo, no siempre es así, pues la palabra es necesaria para explicar la imagen, además de que las palabras también nos pueden sugerir o remitir a otras imágenes.
En la sociedad actual se refuerza el citado aserto: la cultura en que nos movemos subraya al extremo lo visual sobre lo auditivo. De ahí que se diga que vivimos en una “civilización de la imagen o icónica” (”ícono” proviene del griego: eikon, que significa imagen. En latín es más directa la significación: imago).
Deleuze le llamó también “civilización del cliché”, porque se trata de una imagen redundante que manipula y distorsiona la realidad; es decir, porque más que mostrar, oculta. El filósofo francés insistió en que se busca ocultar algo al mostrar una imagen, como si fuera un espejo deformante utilizado como instrumento de persuasión.
No podemos negar que nos movemos en una sociedad de “hipervisibilización o hipermostración” (concepto utilizado por el escritor y comunicólogo Gerard Imbert en su obra El zoo visual. De la televisión espectacular a la televisión especular. Bien dijo el filósofo Jean Baudrillard, nuestro mundo “es publicitario por esencia”. En otras palabras, lo informativo ha sido sustituido por lo espectacular.
La brasileña Vera Loyola ejemplificó muy gráficamente este primado de la imagen sobre la palabra, cuando señaló: “Me parece bien aparecer en esas revistas de celebridades... El día más triste de mi vida será cuando los fotógrafos me den la espalda. Voy a creer que ya no soy una persona querida, que ya no soy más interesante”.
¿Me seduce la inflación icónica? ¿Minimizo el valor de la palabra?