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@rodolfodiazf
Son innumerables las discusiones sobre la existencia, o no, del infierno y del paraíso. No vamos a enzarzarnos en esas bizantinas controversias. Quienes somos creyentes tenemos claro que cualquier acto que realicemos tiene sus repercusiones y que, incluso, la omisión, también tiene consecuencias.
Lo que sí debe quedar claro es que el resultado de nuestras acciones o inacciones pergeña un oasis o desencadena un torbellino desde esta vida.
Dante Alighieri, quien nos deslumbró con su monumental Comedia, que ha sido tildada de Divina por su impresionante perfección, expresó: “Los confines más oscuros del infierno están reservados para aquellos que eligen mantenerse neutrales en tiempos de crisis moral”.
Con los actos, u omisiones, que realicemos en esta vida estamos definiendo nuestro infierno o paraíso, como enseña la parábola del samurái, recogida de manera anónima en la enseñanza Zen.
Un samurái acudió a conocer a un maestro. Cuando estaba frente a él le preguntó: “¿Existen realmente un paraíso y un infierno?”
El viejo maestro le miró a los ojos y dijo: “¿Quién eres tú?” Respondió: “Un samurái, el mejor de todos”.
El maestro, sorprendido, le dijo: “¿Tú, un samurái? ¡No me hagas reír! ¿Qué clase de señor te admitiría en su guardia? Tienes aspecto de mendigo”.
El samurái se encolerizó tanto que echó mano de su espada, pero el maestro continuó: “Así que tienes un arma… seguro que no podrás ni cortarme la cabeza”.
El samurái, ciego de furia, levantó la espada. Y en ese instante el maestro observó: “Aquí se abren las puertas del infierno”.
Ante estas palabras, el samurái se detuvo, y comprendiendo la enseñanza del maestro, con calma, envainó la espada y lo reverenció. “Aquí se abren las puertas del paraíso”, dijo el sabio maestro.
¿Construyo, con actos u omisiones, mi infierno o paraíso?