En una sociedad tan politizada y en conflicto como la nuestra, a estas alturas estamos tan cansados del debate que hasta se considera ocioso retomarlo, sobre todo por la idea establecida de que la Revolución Mexicana se quedó en el camino.
Esa noción de incomodidad, de duda y molestia hacia el estado que nos gobierna y el estado de cosas que nos desgobiernan: un sentimiento generalizado y preocupante que tienen su barómetro en mañaneras, semaneras y demás frases domingueras. Los políticos modernos tienen que ser comunicadores, pero no todos son buenos. Fidel Castro, Hugo Chávez y Trump eran buenos para sembrar declaraciones y colarse a diario en la conversación.
Quizá deberíamos separar las acciones de Madero y Flores Magón de las guerras civiles posteriores de Carranza, Villa, Zapata, Obregón y demás combates que encumbraron a los militares sonorenses, cuyo epicentro final fue Plutarco Elías Calles. Pero eso sería imposible. Otros historiadores insisten en que debe unirse a la Revolución Mexicana la Guerra Cristera, que no deja de ser un intento fallido de contrarrevolución.
Desde los años 60, a partir del análisis marxista de la historia y a contracorriente del triunfalismo gobernante, surgió una escuela que denunciaba el fiasco de la lucha armada y sus ideales utópicos. En ese sentido, no dejaría de recomendar el libro de Adolfo Gilly “La revolución interrumpida”, que por cierto fue escrita durante los 5 años que estuvo como preso político en la prisión de Lecumberri, en la época de Díaz Ordaz/Echeverría.
Ese libro fue de los primeros en poner en duda el éxito del proceso revolucionario; no obstante a que hoy sostengo una tesis divergente, no dejaría de seguir recomendando su lectura por la validez de sus reflexiones, inéditas en su tiempo.
Pero han pasado 50 años desde ese periodo de análisis y hay otros horizontes, como los del historiador Friedrich Katz, autor de una monumental biografía de Pancho Villa, en 1998, donde ofrece otras visiones a raíz de otros hechos del Siglo 20, como por ejemplo, el desplome de la URSS.
Katz sostiene que, a pesar de sus trapacerías, iniquidades y momentos de confusión, la Revolución Mexicana nunca llegó al extremo de la ingeniería social del terror, que es el gran pecado de las revoluciones, como fue el caso de la francesa, la soviética, la camboyana y la mayoría de las que acontecieron en el Siglo 20.
En el caso de China, está la terrible “Revolución cultural” que se resumió en diez años de conflictos, muertes y atraso cultural, luego del fracaso del “Gran salto hacia adelante” propugnado por Mao... A la fecha en China hay represión y un Premio Nobel que no pudo salir a recibirlo.
Que no hayamos tenido en México grandes grupos de exiliados, asesinatos en masa sistematizados y leyes de prohibición total a la libre expresión y al libre tránsito, es una gran ventaja que casi sólo aprecian los mexicanos de origen extranjero, como fue el propio Friedrich Katz y Jean Meyer.
Un cambio fundamental aquí en México fue la abolición de la burguesía terrateniente como factor político de primera importancia. En toda Sudamérica, espacio en el cual esa élite quedó intacta, fue donde más se prohijaron y multiplicaron golpes de estado y desórdenes que aun los agobian. La burguesía agraria fue el principal enemigo de la industrialización y la preparación de las masas. Luis Terrazas, dueño de buena parte de Chihuahua, se negaba a que hubiera escuelas en sus haciendas: “No necesito abogados, necesito peones”, fue su respuesta
El aspecto educativo, en donde se impulsó la lucha contra el analfabetismo y la creación de escuelas rurales, hoy es insoslayable por sus alcances, a pesar de lo deteriorado de la imagen de los mentores y sus líderes. Pero, de Zedillo para acá, inicia la proletarización del magisterio y con ello y como defensa ante sus bajos sueldo, la politización de sus sindicatos.
También tuvimos el acceso de las clases populares al poder político: en Sudamérica y otras regiones sin revolución casi no se vio gente de origen humilde o de aspecto étnico en los cargos de importancia. Demasiados de sus gobernantes han venido directamente de la aristocracia criolla. No ha sido fácil. La hegemonía del PRI en los 60 no es diferente a la establecida en la Francia de De Gaulle... y ambos sistemas tuvieron sus protestas en 1968.
Sí, no hay que dejar fuera los resultados adversos de la Revolución, en aras de abonar a una reflexión nacional que tanto nos urge, pero solo descalificar un hecho del pasado cuyas consecuencias positivas aún estamos viviendo, es algo que debe ser producto de un verdadero análisis completo, no el denuesto reducido a meme o pancarta adscrita a las pasiones del momento.
Las vidas que ahí se ofrendaron merecen ese derecho.