Helguera, aquí siempre

    La muerte de Antonio Helguera, en una edad que nuestra época identifica en los muy flexibles y ampliados rangos de la juventud, a los 55 años, me sacudió como a otros muchos de quienes lo conocimos e identificamos por una muy rara combinación virtuosa de afabilidad, inteligencia, talento y compromiso con las causas propias.

    La comunidad de La Jornada, al menos en la etapa en que yo aprendí afanosamente de ella, tanto en las gestiones directivas de Carlos Payán como de Carmen Lira, permitía un dinamismo incomparable con cualquier otro medio de la prensa editada desde la capital nacional en la cual existía una poderosa vena de periodismo por causas sociales, un sindicato interiormente poderoso, cuando la izquierda apenas despertaba de su avance espectacular de aquel 1988.

    Personalidades y personajes de una riqueza y potencial capaces de dejar rastro y agregar valor y significado en otros grupos sociales, militantes, segmentos empresariales y movimientos diversos que no eran percibidos como generadores de noticia por el arreglo entonces predominante, conocieron del talento de Helguera para adherirse a su crítica y, desde el poder, por padecerle su puntilloso trazo elegante. Después de la primera derrota del PRI en el 2000 y hasta este 2021 encontraron en sus cartones espacio de ingenio y belleza.

    Era un joven carismático, sensible, en mi opinión menos esquemático que muchos activistas, profesionales, militantes y servidores públicos que respaldan las diversas identidades partidarias. Su aguerrida y profesional compañera, la periodista Alma Muñoz, lo conoció desde dentro de La Jornada y no quiero imaginarme su dolor y el de sus dos hijos.

    La muerte por Covid, por infarto, por accidente ha diezmado a muchas familias y a los periodistas en particular.

    Decirlo busca neutralizar la muerte de alguien apreciado social y profesionalmente y se dirige a tratar de dialogar con nuestra fugaz presencia vital en el planeta. El sorpresivo deceso de Helguera demuele nuestras ilusiones de permanencia sostenidas en el hábito cotidiano del trabajo e incluso del compromiso de la misma forma como su gracia podía desmantelar las imágenes de políticos y empresarios.

    Al mismo tiempo, Helguera deja muchos abrazos y palabras cumplidas. Contribuyó a la formación política o al regocijo de un par de generaciones de lectores y seguidores de entre quienes otros grandes moneros continuarán en abono del veloz y eficaz periodista que encuentra en la caricatura una de sus expresiones más resilientes a la edad digital.