Arturo Santamaría Gómez
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Este es el llamativo título de un libro escrito por el psicólogo español Edgar Cabanas y la socióloga israelí Eva Illouz, que cuestionan la ciencia de la felicidad o la psicología positiva nacida en Estados Unidos en 1998; pero al margen de su crítica, aquí lo tomamos prestado para comentar la propuesta de Andrés Manuel López Obrador de medir el bienestar de un pueblo no tan solo o no principalmente por el PIB, sino por su “felicidad”.
Habrá que decir que AMLO no es muy original cuando propone este concepto y tampoco son acertadas las observaciones de sus críticos cuando dicen que tal planteamiento es un despropósito o una ocurrencia más. David Cameron, Primer Ministro británico, propuso en 2007, en medio de una severa crisis laboral, que la felicidad debería ser un indicador para ver el bienestar de los habitantes del Reino Unido y no tan solo el Producto Interno Bruto, por cierto, también inventado por los ingleses, y estadounidenses, después de la Segunda Guerra Mundial para tratar de medir lo que se produce dentro de los límites de una geografía determinada sin deducciones. Así como para Cameron y AMLO medir la felicidad se propone en medio de una devastadora crisis económica y social, para los economistas británicos y norteamericanos, dice el economista del ITESM Everardo Elizondo, se proponían calcular los recursos económicos disponibles para un conflicto bélico.
El PIB, explica Elizondo, tiene las limitaciones de no tomar en cuenta el valor que aporta el trabajo doméstico, ni tampoco mide el deterioro del ambiente. Tampoco toma en cuenta la distribución de la riqueza ni otros factores como la salud y la educación. Quizá por eso, agrego yo, se buscan otros indicadores que traten de explicar la satisfacción de los habitantes de una sociedad determinada, sin reducir al ser humano a un hommo economicus o un hommo faber.
Medir la felicidad es totalmente subjetivo, aunque la psicología positiva al parecer pretende medirla, pero no por eso es un factor inválido o secundario. El tema ha sido más propio de la filosofía y la psicología, incluso de la antropología y la sociología, pero ya también hay una corriente del pensamiento económico que lo intenta. Uno de sus exponentes más destacados es Richard Layard, quien escribió “La Felicidad: lecciones para una nueva ciencia”, el cual propone tomarla como indicador para medir el desarrollo de las sociedades y también medir la felicidad.
Leo Zuckerman, conocido comentarista político mexicano, ha descalificado con sorna, al igual que muchos más analistas, la propuesta pejista de incorporar el criterio de la felicidad como indicador de satisfacción social. Zuckerman dice que AMLO y la 4T, al igual que muchos mexicanos, sufren del tradicional complejo de “Pepe El Toro”, el popularísimo personaje que encarnó Pedro Infante en una película de los 50, el cual es aquella persona, sostiene Leo, que cree que los ricos no son felices a pesar de su abundancia de medios materiales y que los pobres sí son felices a pesar de sus carencias.
Para el conocido comentarista de La Hora de Opinar, Radio Fórmula y Excélsior, el hombre de Macuspana inventa el “índice Pepe el Toro” (IPT) como un distractor para ocultar el tremendo bajón del PIB mexicano y la grave crisis económica para este año y el próximo.
Quizá sea cierto que el tabasqueño haya buscado una campanita distractora, pero el tema de la felicidad no es nuevo en él porque lo ha manejado por muchos años. En realidad, como buen cristiano que es, lo cree. Y, como vemos, también es un tema que ya estudian numerosos economistas, y no se diga una pléyade de psicólogos, filósofos y científicos sociales. El primero de ellos fue Jeremy Bentham, uno de los escritores estadounidenses que más admiran los intelectuales liberales en el mundo.
Ahora bien, es verdad que en el imaginario de López Obrador, el pueblo, entendiendo por este a los pobres, “es bueno”, lo ha dicho muchas veces; y los ricos, como clase, no ha dicho que son malos, pero no son sus preferidos, aunque sí varios de ellos, como Ricardo Salinas Pliego, Carlos Slim, Alfonso Romo y Alberto Bailleres, entre otros.
Al margen de las connotaciones morales y/o subjetivas, AMLO acierta al establecer que o se atiende la brutal desigualdad económica y social en México o el País no gozará de estabilidad, ni desarrollo y mucho menos de felicidad.
El gran problema es que su diagnóstico es claro pero no ha sabido encontrar la política económica, como tampoco la hallaron los neoliberales, para lograrlo. Su compromiso con los pobres es evidente pero sus propuestas macroeconómicas son erróneas o, por lo menos, contradictorias y confusas.
Si buscamos la felicidad, dicen Cabanas e Illioz, primero habrá que decir que el concepto no ha sido igual en la historia. El actual es de raíces estadounidenses y es en gran medida producto de la revolución neoliberal. (En realidad) “no tiene claves para la buena vida y la buena noticia es que de esta noción de felicidad se sale. Y hay valores más importantes: la buena vida es justa, solidaria, íntegra, comprometida con la verdad.”
Posdata
Ernesto Coppel es un empresario muy exitoso, con mucha iniciativa y ambiciones personales de grandeza, y también para Mazatlán y Los Cabos; pero su propuesta turística de inmensos hoteles y campos de golf está seriamente cuestionada por los científicos y académicos que proponen el desarrollo sustentable. El turismo post covid, como la economía en general, o es radicalmente distinto a lo que ha predominado o estaremos cavando su tumba no en lo inmediato pero sí a corto plazo.