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A propósito del Día del Niño, conviene recordar un pasaje del Evangelio de Mateo, capítulo 18, donde Jesús puso en medio de los apóstoles un niño y les dijo:
“Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo”.
El Maestro no les pidió que se infantilizaran, porque en ocasiones actuamos como si efectuáramos una regresión, sino que imitaran la espontaneidad, transparencia, franqueza, inocencia y constante actividad de los niños.
Monseñor Joao Clá Dias, expresó: “El niño no conoce la mentira, la falsedad ni la hipocresía. Su alma se refleja enteramente en su rostro; su palabra traduce con fidelidad su pensamiento, con una franqueza emocionante. Él no tiene las inseguridades de la vanidad o del respeto humano. En una palabra, él y la simplicidad constituyen una sólida unión”.
Añadió: “Si hay una nota que superlativamente nos atrae en el niño, esta es, con toda certeza, la candidez, que la hace ignorar la maldad. La pureza de corazón, con la cual él crea para sí un universo de belleza moral”.
Unamuno lo dijo claramente: “Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar; la hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad; vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar”.
¿Me hago como niño?