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"Opinión"

"Guía ética para transformar a México (segunda parte)"

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    pabloayala2070@gmail.com

    La entrega pasada prometí hacer una revisión del contenido de los 20 preceptos que la componen; no podré revisarlos todos, pero, al menos destacaré los más llamativos.
    Como dije, la guía tiene algunos aciertos; exhortarnos a actuar éticamente explicándonos las ventajas que ello supone para nosotros y el conjunto de la sociedad, resulta valioso en tiempos donde algunos deberes morales están tan desdibujados. El problema surge cuando pensamos en términos de su eficacia. Me explico.

    Según se dice en la página ocho, su propósito es “contribuir a la construcción de una convivencia nacional pacífica, cívica, con libertad, paz, justicia, dignidad y seguridad”. Súper razonable que un gobierno exhorte a su pueblo a abrazar tales afanes, porque estos se convierten en los referentes de la justicia y la convivencia armónica. Todos estos valores y principios son exigibles, ninguno es opcional, porque constituyen la base de la moral pública que vela por lo común; al menos así se piensa en una democracia liberal.

    Hasta este punto todo bien, el problema brota cuando los autores de la guía, haciendo de catequistas lanzan una veintena miscelánea de mandamientos, exhortos, reclamos velados y dogmas de fe que traspasan la esfera de la moral pública para toquetear el terreno de la moral privada, es decir, el espacio donde florecen nuestras muy particulares y peculiares creencias, aspiraciones e ideales que subyacen a nuestros proyectos de vida plena, realizada y feliz. Este despiste, desliz o atrevimiento (lo que haya sido), inevitablemente, hará de la guía papel mojado; poco más. Van tres tipos de ejemplos.

    Con relación a nuestra forma de convivencia, la guía propone lo siguiente: “Evitemos imponer ´nuestro mundo´ al mundo de los demás”. No entraré al trapo del alegato de las preferencias sexuales, religiosas o ideológicas para no prolongar de más la discusión, mejor quedémonos en algo tan concreto como esto: ¿qué pensará de dicho precepto un joven que decidió abandonar los estudios porque la escuela le aburre? Más aún, ¿qué efecto causa en él este otro que habla sobre la vida?: “No la desperdicies en cosas que tú mismo consideras que no valen la pena. Otórgale un sentido y un propósito hasta el fin de tus días”. ¿Qué fibra ética tocarán estas ideas en la vida de un joven?

    Ahora vea este otro canon que trata sobre el amor al prójimo: “Sé una persona amorosa, desde tu cama y tu mesa hasta la fraternidad universal. [...] Cultiva el amor siempre porque una vida sin amor es el vacío más árido y la peor carencia que puede padecer un ser humano”. Piense en el compañero de trabajo, vecino o pariente infumable, que cada vez que pueden le niegan a usted el saludo, y véase aplicando la pauta ofrecida por la guía. ¿Se imagina llenando sus áridos vacíos amando a quien con toda la mala leche del mundo le niega el saludo?

    Y si, harto de ser el que se quede con la mano levantada y la sonrisa congelada, usted decide también hacer las veces de mamón con ese fulano que no le saluda, la guía aprieta la cuña proponiéndole lo siguiente: “Hay una resistencia natural a disculparse porque quien lo hace siente que se rebaja, se humilla o se rinde, y por ello no alcanza a vislumbrar la enorme potencia liberadora del perdón. Independientemente de que se obtenga o no el perdón, quien lo pide sinceramente y se dispone a reparar el daño o el dolor causado, recupera su dignidad y su paz interior”. ¿Acaso necesitamos otra cosa más como para no doblar las manos?

    Las oscilaciones mesiánicas de sus pautas, con frecuencia, pasan del mandato a las sentencias que se confunden con el chiste. Por ejemplo: “Nada ni nadie pueden quitarte tu dignidad: ni la pobreza ni el hambre ni la agresión, la discriminación, la persecución o la cárcel. Nadie puede humillarte si no te humillas. Defiende tu dignidad incluso en las peores condiciones y respeta la dignidad de los otros, porque de no hacerlo pierdes la tuya propia”. ¿Qué dirá de esta idea una persona que tuvo que migrar del campo a la ciudad, porque la tierra ya no tenía nada que ofrecerle? ¿Qué pensará de ello una joven de 19 años y estudios de primaria, que trabaja como empleada doméstica con una patrona que le intercambia derechos sociales por una habitación con cama y comida?

    Ahora traiga a su mente al Presidente en una de sus mañaneras hablando de sus adversarios. Como hemos venido viendo a lo largo de estos dos años, un día sí y otro también, López Obrador arremete contra todo aquello que no sea lo que él piensa o forma parte de su imaginario. Recuerde alguna de esas trabajosas explicaciones que tratan sobre la manera en que López-Gatell ha venido garantizando la atención hospitalaria a los enfermos por la pandemia.

    Aunque cueste trabajo entenderlas, siéntase tranquilo de que lo que dice el Presidente al respecto es-lo-que-ha-de-ser, porque siendo un convencido de la guía, él sigue al pie de la letra lo siguiente: “Una persona miente cuando tergiversa o deforma los hechos en forma deliberada, aun sabiendo que lo que expone es parcial o totalmente falso. Esa conducta deteriora rápidamente las relaciones sociales y a la larga termina por afectar al mentiroso. Una forma particularmente perniciosa de la falsedad es prometer algo y no cumplirlo, o prometer acciones en un sentido y posteriormente actuar en sentido contrario, es decir, faltar a un compromiso adquirido”. Si el Presidente dijo que este primero de diciembre el IMSS y el ISSSTE funcionarán como los hospitales en Finlandia y Dinamarca, es así, porque un hombre honesto no miente. No es problema de él, sino de usted no creerle.

    El último tipo de ejemplos tiene que ver con el acentuado nivel de idealidad contenido en la guía; su vaporosidad es tal, que resulta extremadamente difícil hacerla operativa en la práctica.
    La vía para superar la desigualdad que produce la injusticia estructural, en lo que tarda en realizarse el rediseño institucional por el que apuesta la 4T, se encuentra en la fuerza de este protomandamiento: “debes ayudar a quienes se encuentran en desventaja, debilidad, riesgo o que sean discriminados en cualquier ámbito de la vida. No se puede tratar igual a desiguales”.

    Esta expresión de la solidaridad proviene del mismo suelo de donde brota la fraternidad, la cual, como dice el documento: “Idealmente, debe ser la guía de la acción social de estados, gobiernos, instituciones, sociedades e individuos a fin de superar o aliviar el sufrimiento, la carencia y la indefensión de millones de personas. Es un deber colectivo de las naciones ofrecer a cada una de sus hijas e hijos una cuna para nacer, un pupitre para aprender, herramientas para trabajar, una cama para dormir, una mesa para comer, un techo para guarecerse, un lugar en el hospital para curarse y una tumba para descansar”. ¿Había usted escuchado un poema más lindo esta mañana?

    Estas cuantas muestras son tan solo unas de las muchas pifias contenidas en la guía, la cual, por cierto, hace un flaco favor a la ética, ya que la reduce a lo que no es: un conjunto de consejitos moralinos que, al final del día, tienen el mismo efecto que las campanadas que llaman a misa.