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Te apagaste lentamente, como una flor que poco a poco exhala su perfume y frescor. El duro invierno zarandeó tu planta desde las raíces, mas no logró doblar el tallo ni marchitar tu aroma y esplendor.
No fue una muerte repentina, tuviste tiempo para prepararte. Incluso, podríamos decir que te sobró tiempo; estabas cansada de tanto sufrimiento y pedías que el Creador se acordara de ti.
Si algo te retenía eran tus cuatro hijos, tus nietos y tu esposo. Por ellos quisieras vivir eternamente para gozarlos y prodigarles amor y cariño. Sin embargo, recuerda que la muerte vuelve más preciado el tiempo que generosamente les concediste, porque compartiste parte vital del espacio que te fue otorgado. Si fuéramos inmortales, no tendría sentido el desgaste físico y emocional que ofrendamos gustosamente con tal de hacer felices a quienes amamos.
Cuando nuestra madre estuvo cerca del coma diabético en Manzanillo, me hospedé en tu casa para turnarnos en su enfermedad. Buscando entre tus libros me encontré un ejemplar de “Graziella”, de Alfonso de Lamartine.
La historia es sencilla: Alfonso se enamora de Graziella, que vive cerca de Nápoles. Regresa a Francia por una supuesta enfermedad de su madre, Graziella fallece y la sepultan en Proscida (donde se filmó Il postino).
De la novela rescato estas palabras: “No hay alfombras en el mundo, ni cortinajes de seda, ni tapices que valgan lo que vale un poco de afecto. Todo el oro de la tierra no bastaría para comprar un solo latido del corazón o un rayo de ternura en la mirada… pero el corazón no pesa nunca tanto como cuando está vacío… La celebridad no es más que la gloria de un día, pero una gloria que no tiene mañana”.
¡Descansa en paz querida hermana, Graciela Guillermina!
¿Amo de corazón?