Goran Petrovic y la mirada del instante

EL OCTAVO DÍA
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    Petrovic estaba traducido al español neutro de México; ya estamos ahítos de esos libros que parecen traducidos para una generación de madrileños setenteros. Con Petrovic los lectores no tendremos que hacer los mutis que suceden cuando nos topamos, en ciertos libros españoles, con fraseos y términos que nos remiten a una jota aragonesa o el lenguaje de Joselito, Marisol o Pedro de Almodóvar.

    Me entero de la lamentable noticia del fallecimiento del narrador serbio Goran Petrovic -nacido yugoeslavo en 1961-, cuya obra representó una apuesta muy imaginativa para la literatura que se plantea hoy a nivel universal.

    Era un escritor que mantenía una gran simpatía por México, el realismo mágico de nuestra literatura y, como muchos ex yugoeslavos, conocía muy bien el cine mexicano de la Época de Oro. (Había un puente cultural muy curioso entre México y la Yugoslavia del Mariscal Tito durante la Guerra Fría).

    Sus dos primeras novelas “La mano de la buena fortuna” y “Atlas descrito por el cielo” habían despertado sorpresa en la crítica y perplejidad en no pocos lectores y tuve la oportunidad de leerlas antes de conocerlo.

    Contaba con una ventaja adicional, producto positivo de la malhadada globalización: Petrovic estaba traducido al español neutro de México; ya estamos ahítos de esos libros que parecen traducidos para una generación de madrileños setenteros. Con Petrovic los lectores no tendremos que hacer los mutis que suceden cuando nos topamos, en ciertos libros españoles, con fraseos y términos que nos remiten a una jota aragonesa o el lenguaje de Joselito, Marisol o Pedro de Almodóvar.

    Su traductora, Dubravka Susjnevic, es una simpática amiga de Sinaloa que hace unos años dio un curso de traducción en el Centro de Idiomas de la UAS. A ella y a la editorial Sexto Piso debemos el poder leer, en nuestra lengua materna y coloquial, la obra de un narrador que no sólo busca compartir el talento artístico, si no también, los secretos confesionales que mueven las secretas ruedas de la vida y la fortuna.

    Conocí a Goran Petrovic gracias a la maestra Elizabeth Moreno, quien lo invitó a Sinaloa hará ya unos 15 años, y que tenía una excelente amistad cómplice con Dubravka Susjnevic y Diana Parlaversic, también serbia y escritora que como ensayista trabajaba la literatura del norte de México.

    Hay escritores que nos deslumbran. Otros nos conmueven. No me atrevo a encasillar a Petrovic para no caer en la desmesura o la imprudencia. Lo considero un escritor que me hizo reflexionar, evocar y revocar. Y claro, todos estos procesos, unidos con el juego literario, dan como resultado la perplejidad.

    Para Petrovic, el arte de las letras era una caja negra enviada en el tiempo ‘’Veo la literatura como una especie de carta que nosotros como lectores recibimos del pasado” - dice en una entrevista - y consideraba que este arte preserva esos destinos íntimos, porque “la civilización no está compuesta por los años de los acontecimientos históricos, sino de contar todas esas miles de historias individuales”.

    Y además de narrador imaginativo, era un excelente cuentista. Su libro de relatos “Diferencias” analiza temas en apariencia mundanos con una mirada íntima. El cuento que inicia dicho quinteto narrativo se titula “Encuentra y marca con un círculo” y es narrado a partir de las descripciones de varias fotografías inexistentes, las cuales nos insinúan la historia de una vida.

    La primera de ellas representa un género de retrato ya perdido: el niño de seis meses, desnudo y bocabajo, sobre un paño lustroso, el cual acaba de arañar. “Creo que después de esa hazaña gloriosa, jamás he vuelto a lucir tan orgulloso”, nos confiesa el narrador-bebé.

    Otra “foto” que me encanta es la del mismo niño de 3 años que, en los brazos de Santa Claus, descubre que dicho personaje en la vida civil en realidad es el señor Raciv, un amigo de su padre con el que participó en obras de teatro juveniles, “lo atestiguan carteles doblados en cuatro en el fondo de un cajón”. Así se le revela a ese pequeño niño que todo eso es un gran fraude... Más adelante, en una conversación posterior con el padre, el señor Raciv confiesa - en voz inusualmente baja - que para ganarse la vida, a veces uno se ve forzado a convertirse en otra persona en esa misma vida.

    El relato “Bajo el techo que se está descarapelando”, más bien novela corta, nos narra no sólo la historia de un cine, sino las vidas de los asistentes y de paso, toda la historia íntima del arte cinematográfico. Petrovic inicia con las descripciones de las butacas, los nombres y vidas de los asistentes, los cuales siempre se sentaban en el mismo sitio, a la manera de algunas personas a la hora de ir a su iglesia.

    Un cine que servía también para asambleas del partido. Por ahí esta un tipo cuya vida quedó desgraciada en el momento que se distrajo, porque siempre se dormía en el cine, su cuerpo se confundió y comenzó a dormirse, por lo que levantó la mano durante una votación cumbre en el momento equivocado. Eso sí, no dejó de sentarse en el mismo sitio.

    Goran era un tipazo. Una vez me lo encontré en la FIL Guadalajara firmando autógrafos y me dio un abrazo tan estruendoso que los medios nos tomaron fotos. La Jornada la publicó en primera página y ayer la reprodujo Noroeste, gracias a Nelly Sánchez.

    La obra de Goran Petrovic tenía el ojo puesto en esas pequeñas diferencias que la dan fulgor a la más auténtica literatura. El momento mágico y la revelación que se nos dan durante ese breve instante en el que es la vida.