Louise Glück, Nobel de Literatura 2020. Era el turno de una poeta y de la poesía. Y debe estar en estos momentos viviendo el significado de su apellido: Felicidad.
Su apellido, en estricto sentido etimológico, significa suerte favorable (el mismo significado aparece en inglés en la palabra happiness, de happen, suceder por casualidad, y en Glück, de Gelingen, tener buen éxito: en inglés queda como luck y good luck).
García Márquez volvió lugar común decir que él escribía para que lo quisieran más sus amigos. Louise Glück, ahora con ese trompetazo de Jehová que es el Nobel, teme ahora quedarse sin amistades.
En las memorias de John Le Carre, cuenta cómo un día fue a comer y tomarse unas copas en un sitio elegante con el poeta Joseph Brodsky en Nueva York. Aclaró que era un tiempo feliz, sin celulares ni internet.
De repente, ya a la hora de las copas digestivas, irrumpe su agente con la noticia de que se ganó el Nobel y Le Carre describe muy bien la mirada de incomodidad y, silenciosa petición de auxilio, de Joseph Brodsky, sorprendido por la noticia y aterrado cuando se lo llevan a dar una rueda de prensa sin poder terminarse su copa.
Ese Nobel, dado en 1987, se decía que era parte de la Perestroika y la campaña que acabó, meses después, tumbando de un soplo el Muro de Berlín.
Brodsky era un poeta nacido en Leningrado, que fue acusado de parasitismo social y en los 70 emigró a Estados Unidos. Era un creador muy bueno, pero desconocido como la Glück.
Yo recuerdo con especial cariño un número de La Jornada, de octubre del 87, que leí en una visita a DF. Venían unos poemas excelentes de Josef Brodsky, el Nobel reciente, y adelantos del libro Árbol adentro, de Octavio Paz, y varias reseñas luminosas.
No era igual leer el suplemento cultural a mediodía en Mazatlán, que desayunando con mis tíos y con el café, y más si luego veías en el Parque México una rubia alta, como la que aparecía en el poema de Brodsky, ambientado en Florencia.
Ya le tocaba a Kundera este año, pero tampoco fue posible. Su país ya lo perdonó porque dejó de escribir en checo para volverse francés. El reciente Premio Frank Kafka que recibió es parte del cabildeo.
Yo leí a Kundera demasiado joven (1986) porque los tenía todos el doctor Rigoberto Ocampo, y cuando los releí ya grande, pues yo ya había pasado de otra forma esos procesos.
A Kundera también le afectaron las grillas de la Guerra Fría.
Nunca pude dejarle de ver como el eterno victimizado del socialismo exiliado en el cómodo París, cuando en su país, desde los 70, la gente vivía mejor que, incluso, otros países de Europa.
Al llegar la democracia a Checoslovaquia, Kundera se portó con desdén y ya no sacó ningún libro impactante... Yo no dejo de pensar en esa circunstancia. Mismo caso de Mario Benedetti.
Qué bueno que este año ganó una poeta sin ninguna agenda política visible detrás de ella. Salvo que es anglosajona estadounidense: últimamente el Nobel solo premia europeos o extranjeros exóticos que viven en ahí, como Vargas Llosa.
Hablo de mi experiencia personal con dos ganadores y candidatos del Nobel, porque para eso sirve el premio, más que para marcar el nivel de una literatura: Para que vivamos con ellos una época y se vuelvan parte de nuestra memoria colectiva y de su momento.
Creo que es lo mejor que nos ha dado ese galardón, más que una manera de premiar a escritores y gobiernos que se portan bien.
Lo poético es aquello que impone con intensidad la sensación de estar vivo y de que alguien más ha percibido nuestras confusas emociones.