Conocí a Alejandro Gertz a principios de los años 90, gracias a Alan Riding, un muy querido amigo común. Empezamos a frecuentarnos y en 1994 lo invité a unirse al grupo San Ángel, donde pudimos conspirar juntos en varias ocasiones. Seguimos viéndonos en esos años, tanto antes como después de que fuera jefe de la Policía del DF de Cuauhtémoc Cárdenas. Cuando me enteré, en una de las reuniones del Gabinete durante el periodo de transición entre Zedillo y Fox, que Gertz se haría cargo de la nueva Secretaría de Seguridad Pública, me dio un enorme gusto porque tenía una muy buena opinión de él.
Lo consideraba un profesional, gracias a su experiencia como Subprocurador encargado de la lucha contra el narco bajo Ojeda Paullada, a la amistad con Riding por lo que había aprendido a conocerlo, y por su honestidad pecuniaria. Muy pronto, al principio del sexenio, tuve la oportunidad de intervenir a su favor en un momento delicado, cuando el entonces Procurador Rafael Macedo de la Concha mandó a colaboradores suyos de la PGR a la Secretaría de Relaciones Exteriores para pedir el expediente de pasaporte de Gertz. Mi oficial mayor y querido amigo (q.e.p.d.) Mauricio Toussaint, me llamó para pedir orientación. Le dije que por ningún motivo le entregara ningún documento a la gente de la Procuraduría. Poco después, el secretario particular de Fox me llamó para preguntarme por qué no había entregado los documentos en vista de que se trataba de instrucciones del Presidente Fox. Le dije que con gusto los entregaría cuando el presidente Fox me diera la instrucción de hacerlo. Nunca sucedió. Creo que Gertz vió en mi reacción una muestra a la vez de solidaridad entre colegas y de afecto entre amigos. Poco después de que saliera yo de la SRE, Gertz me echó una mano con un tema importante para mí, por lo menos hasta que renunciara a la SSP, ya en 2005.
Nos seguimos reuniendo todos esos años, con cierta frecuencia en el Club de Industriales, en su mesa acostumbrada. Siempre supe que le guardaba un cierto afecto a López Obrador, pero tampoco lo veía como un morenista inveterado, o como un chairo de hueso colorado. Todavía en este sexenio almorzamos dos o tres veces, o bien en la UDLA o bien en el edificio provisional de lo que ahora es la Fiscalía. Pudimos platicar sobre algunos de los casos que traía entre manos, sin entrar en demasiado detalle, en vista del obvio desacuerdo que imperaba entre nosotros: él, Fiscal de López Obrador y yo, un crítico del mismo.
El Gertz que conocí a lo largo de todos esos años, no es el que aparece en la transcripción de las grabaciones publicadas hace unos días. No es que no fuera alguien pasional -algunos dirían atrabancado- ni que no fuera alguien muy convencido de sus ideas, muy seguro de sí mismo y muy dispuesto a recurrir a todos las estratagemas para lograr lo que él pensaba ser el bien del País. Pero por más que le sigo teniendo afecto, y que pensé que podía ser un Fiscal realmente autónomo y eficaz, debo confesar que el escándalo de las grabaciones, a mis ojos, probablemente vuelvan inviable su permanencia como Fiscal. Hay varias aristas de este escándalo. El primero, sin ser el más importante, consiste en saber quien grabó una conversación posiblemente encriptada -es decir, por la red o por un celular seguro- entre el Fiscal de la República y uno de sus más cercanos colaboradores. De ahí se deriva la segunda pregunta. Ya hecha la intervención telefónica, ¿quién tomó la decisión de filtrarla a los medios? Pasando ya directamente al contenido de la conversación, ¿cómo es posible que Gertz poseyera una copia de la ponencia del Ministro Pérez Gayán, sin que la otra parte, su ex cuñada y su ex hijastra, también tuvieran acceso al documento de marras? En cuarto lugar, ¿con qué derecho Gertz le reclama a Pérez Gayán lo que incluyó y lo que no incluyó, y con qué bases afirma que tiene a tres o cuatro ministros de su lado, así como al propio Presidente de la Corte?
Las respuestas a todas estas preguntas tendrán que salir en los próximos días o semanas, aunque López Obrador haya decidido defender a su Fiscal hasta la muerte. La autonomía de Gertz siempre fue enigmática para mí, ya que no entendía yo muy bien cómo, con un Presidente como López Obrador, podría haber un Fiscal realmente independiente. Pero en todo caso, al defenderlo a ultranza como ahora lo ha hecho, la autonomía de la Fiscalía se ve seriamente cuestionada.
La respuesta a quién está detrás de todo esto, va desde el propio López Obrador, hasta Julio Scherer, pasando por los delirios de la 4T sobre la CIA, The Economist, los empresarios rejegos, el diario Reforma y las revistas Nexos y Letras Libres. En cualquiera de los casos, lamento que la carrera notable de un buen amigo pueda concluir de esta manera. No lo merecía Gertz ni mucho menos el País.