Gertrudis Escobar: el oficio de ser escritora

EL OCTAVO DÍA
09/03/2025 04:02
    En el mes de las mujeres que trabajan, recordemos hoy a quienes asumieron de manera callada el oficio de poeta: sí, es un trabajo como cualquier otro, cuya recompensa es más invisible y más poderosa que un salario.

    La primera vez que escuché los versos de la señora Gertrudis Escobar Contreras fue en secundaria. Donde más debemos romper el muro de la poesía y volverlo un manantial.

    A pesar de que entonces los escritores sinaloenses no tenían gran presencia en la vida cotidiana, mi maestra de español, a la hora de estudiar de la poesía moderna, solía incluir a los autores locales.

    No faltaron Carlos McGregor Giacintti y doña Elenita Vázquez de Somellera, vivos aún en aquel momento.

    Y así fue como conocí sus versos en el peor y el mejor lugar para encontrarse con la poesía: en la plaza cívica de la secundaria, en este caso la Federal 1 Guillermo Prieto y, con la altísima voz de mi compañera de grupo, Conchita Preciado Soltero, supe de la poesía “Anatema” interpretada ahí como preparativo para el concurso estatal de declamación.

    Antes, ella había ganado el concurso interno con la ya clásica “Guerra civil” de Víctor Hugo, pero para la competencia definitiva, Conchita decidió participar con un poema de una autora regional y, antes de marchar al combate, realizó esa práctica en la ceremonia de honores a la bandera.

    “Anatema” es una creación de lo que entonces llamaban “poesía de protesta”. Hoy en día, todo acto poético realizado ante la metalizada y violenta sociedad que vivimos es una acción de protesta por sí mismo.

    Adrede menciono arriba a Elena Vázquez de Somellera: en esa misma época, esta dama de la vieja estirpe había publicado en Noroeste un poema de protesta ante el resultado de las elecciones municipales de 1983: “Clamor del pueblo mazatleco”, era el nombre de su texto.

    Volviendo al poema de doña Gertrudis, diré que era pacifista, pero agresivo. Un llamado a los valores del respeto y una defensa a los campesinos, menospreciados por las personas con estudios y supuesto intelecto. Conchita, histriónica y temperamental, hizo una recreación furibunda que duró días en la memoria de mis compañeros y, hasta el momento, en la mía...

    Me preguntó si en las secundarias los maestros siguen enfatizando la memorización de la poesía con el mismo entusiasmo. Reconozco que la declamación ha envejecido como género e incluso como acto social; en Francia se promueve más ahora la lectura en voz alta.

    En homenaje a esas enseñanzas, y en reconocimiento a la trayectoria de una maestra que empuñó la lira y el cálamo en tiempos más duros para el arte, escribo estas líneas.

    Hace unos años participé en un homenaje a la poeta Escobar, en su natal El Rosario, donde no faltó su vasta familia. Sólo conocía antes a una nieta de la señora Escobar, pero al leer el libro “Ecos de mi voz”, conocí poco a poco a casi toda la simpática parentela.

    Hay un poema fascinante en que narra tres bodas realizadas en el patio de su casa, esas bodas que empezaban desde el amanecer, con chocolate y todo para el desayuno nupcial, mientras las campanas llaman a misa y la cerveza se hiela en uno de los rincones. Y además, varios poemas dedicados a la figura materna: canciones de cuna y versos dedicados a la madre ausente.

    Doña Gertrudis Escobar nació en 1910 y falleció el 3 de junio de 1990. Pero quedan sus versos y, en palabras del poeta Gerardo Diego, un rosario de hijos y nietos, unidos todos como en un soneto.

    En el mes de las mujeres que trabajan, recordemos hoy a quienes asumieron de manera callada el oficio de poeta: sí, es un trabajo como cualquier otro, cuya recompensa es más invisible y más poderosa que un salario.

    Un oficio que se hace robándole horas al tiempo de los otros oficios y al tiempo de calidad de la familia. Nuestro respeto para ellas.