Es satisfactorio para la ciudadanía que el actual Presidente, Andrés Manuel López Obrador, en cuanta circunstancia se presenta, defiende con gallardía la soberanía nacional, con la dignidad que la patria reclama; no deja cabos sueltos en su discurso, siempre claro y contundente, en defensa de los intereses nacionales, como lo mandata la Constitución de la República.
Esa actitud presidencial llena de orgullo a los patriotas que no titubean en priorizar a su país, ante las vicisitudes que se presentan en los diversos conflictos en el mundo. México tiene bien establecida su política exterior, para proteger su independencia y no inmiscuirse en las controversias de otras naciones: la Doctrina Estrada, piedra angular de su política exterior, que el gobierno actual aplica en estricto sentido a sus principios inalterables.
Durante el periodo neoliberal se abandonó la política exterior tradicional de México, que tanto reconocimiento había concitado en el concierto de las naciones. Hoy, ante el conflicto entre Rusia y Ucrania, la Doctrina Estrada es la guía de México en todo momento, en ella finca su actuación en medio de la compleja problemática connatural a una guerra. Su política de ayuda humanitaria y asilo permanece invariable, junto con todo lo que México pueda contribuir a la paz y no a la guerra. La Cancillería mexicana realiza una intensa actividad para cumplir esos propósitos.
Los efectos naturales de las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea han aplicados a Rusia van a tener repercusiones económicas en todos los pueblos, en unos más severos que en otros, pero en todo el mundo se van a notar los efectos. Para algunos países, sobre todo de Europa, tan dependientes del gas y los granos de Rusia, esos efectos van a ser muy impactantes, sobre todo si la guerra se prolonga hasta el invierno, por lo que hacemos votos porque pronto se alcance la paz definitiva en esa parte del mundo.
En cuanto a nuestro país se sentirán efectos por el aumento global en los precios de alimentos y energías, pero por fortuna el desarrollo de nuestro país depende de nosotros mismos. Hemos dejado atrás el recetario privatizador neoliberal y estamos construyendo, a paso forzado, obras de infraestructura. Es digno de festejar que, pese al nublado panorama mundial, en lo interno, a principios de la próxima semana, se va a inaugurar el Aeropuerto General Felipe Ángeles, de la Ciudad de México, uno de aeropuertos más modernos del mundo, reconocido por los expertos de los países más avanzados en aeronáutica. Y en julio próximo se terminará la Petroquímica Dos Bocas, en el estado de Tabasco.
Estos son los dos primeros mega-proyectos que termina el actual gobierno de la Cuarta Transformación. En el 2023 se terminará el Tren Maya y el Corredor Transístmico. Con estas cuatro portentosas obras va a detonarse el progreso del País, sin ninguna duda, para beneplácito de las presentes y futuras generaciones. Son obras extraordinarias, que realiza un gobierno honesto, que se ha dedicado a reconstruir la economía del País. Tales obras, tal magnitud de inversión y tal sentido social no se había visto en México desde tiempos del Presidente Cárdenas. Me gustaría que me señalaran algo similar durante el triste periodo neoliberal, no encuentro un antecedente que me saque de mi admiración por la obra del actual gobierno.
Solo hay un parangón, desde luego, en la trascendente obra social del Presidente Lázaro Cárdenas, quien desarrolló una colosal hazaña con la expropiación del petróleo, entonces en dominio de compañías extranjeras. Tata Lázaro también llevó a cabo la entrega de la tierra a los campesinos, cumpliendo con uno de los postulados originales de la Revolución Mexicana. Pero, fuera de este Presidente patriota, no había habido otro que tuviera esa visión y atendiera la agenda social, hasta que llegó a la Presidencia el actual Presidente, Andrés Manuel López Obrador. Lázaro Cárdenas y López Obrador son los únicos dos presidentes en la historia de México que han demostrado, con hechos, su amor al pueblo.
La alegría de la ciudadanía es indicativa de que algo positivo percibe en su devenir histórico, no puede ser de otra manera cuando, con sus acciones -en lo externo y en lo interno-, un buen gobierno muestra su talante progresista.