Su discurso de despedida es extraordinario porque articula un sentido profundo de responsabilidad. Mientras vemos a tantos políticos encadenándose a la silla, ella dice adiós, tranquilamente. Quien ha ejercido el poder debe ser capaz de soltarlo. Nunca definirse a partir de su posesión.

    @jshm00 / andaryver.mx

    Jacinda Ardern ha sido la antiTrump. No puede haber política más distinta a la del patán anaranjado que el liderazgo de la Primera Ministra de Nueva Zelanda que hace unos días anunció su decisión de dejar el puesto. Ardern no buscará la reelección y dejará el gobierno al empezar la segunda semana de febrero. Su liderazgo ha sido la pista de una alternativa viable a la polarización populista, a su demagogia, a la violencia verbal, a la rudeza que se presenta como virtud de mando.

    Nueva Zelanda no es un país que veamos con frecuencia en los titulares de nuestra prensa. Un país remoto y pequeño y, para colmo, pacífico, no suele llamar la atención de los medios. Sin embargo, la llegada de Ardern cambió las cosas. Cuando alcanzó la jefatura del gobierno en 2017 era la mandataria más joven del mundo. Tenía 37 años. Pero no fue su juventud ni su condición de mujer lo que capturaron la atención de la opinión pública mundial. Muy pronto, la política laborista dio sentido a un liderazgo atractivo que contrastaba con los arrebatos del machismo populista.

    Al tomar posesión de su cargo en octubre del 2017 anunciaba que su gobierno estaría enfocado en la atención de los problemas de la gente, que sería empático y fuerte. Un gobierno sin distracciones ni evasiones; un gobierno sensible y cercano; un gobierno decidido y firme. Al anunciar su campaña por la reelección unos años después, resumía su convocatoria en una fórmula más breve: “ser amable; ser fuerte”. Para ser empático es necesario ser valiente y fuerte, ha dicho. Frente a la política adversarial, Ardern abrió un nuevo distinto. Una amabilidad eficaz. Algunos dirán que mi ruta es ingenua, pero no puedo más que ser fiel a mí misma, dijo en una entrevista con la BBC. Ante los miedos de nuestros tiempos, los políticos suelen explotar la ansiedad y alentar el rencor. Caldear las enemistades es el talento del populista. Ardern exploró la ruta contraria: no montarse en la condena de los otros, no atizar el odio o el resentimiento. Dar pistas de solución, asumir responsabilidad por el lenguaje que se utiliza y por el resultado de las políticas que se ofrecen.

    Durante sus dos mandatos, Nueva Zelanda enfrentó desafíos extraordinarios. Catástrofes naturales, ataques terroristas, la peor crisis sanitaria de la historia reciente. En marzo de 2019 Nueva Zelanda vivió su 11 de septiembre. Dos ataques que dejaron como saldo 51 personas muertas. La mayoría de ellos inmigrantes, muchos de ellos, refugiados. Dándole voz al duelo nacional, Arden reconocía que todos habían encontrado su casa ahí. Sus historias son parte de nuestra memoria, dijo. “Ellos son nosotros”. Ellos somos nosotros. Tres palabras que desmontan todo el antagonismo del credo populista. Somos ellos.

    La política de Ardern ante la pandemia se convirtió en referencia para todo el mundo. Nunca habían sido tan importantes las dos cuerdas de su liderazgo: firmeza y sensibilidad. La Primera Ministra entabló un diálogo constante con la ciudadanía. Desde su casa, donde podían verse los juguetes de su hija recién nacida, comunicaba las estrictas decisiones del gobierno. Salvó miles de vidas. La severidad de las medidas sanitarias se acompañaba de empatía. No nos sermonea, nos acompaña, decían quienes la escuchaban. El líder más eficaz de todo el mundo durante la pandemia, según algunos.

    Su discurso de despedida es extraordinario porque articula un sentido profundo de responsabilidad. Mientras vemos a tantos políticos encadenándose a la silla, ella dice adiós, tranquilamente. Quien ha ejercido el poder debe ser capaz de soltarlo. Nunca definirse a partir de su posesión. Por eso resulta tan refrescante que levante otros propósitos vitales tan importantes como poder acompañar a su hija, finalmente, a la escuela. La razón que ofrece para no presentarse a las elecciones es sencilla y, diría, irrebatible. No tengo energía para seguir. Tengo el depósito de gasolina medio vacío y en este oficio es indispensable tener el tanque lleno y la reserva completa. Espero haber mostrado a los neozelandeses que se puede ser amable, pero fuerte; empático, pero decidido; optimista pero enfocado. Y que uno puede ser líder y al mismo tiempo ser fiel a sí mismo. Un líder que sabe cuándo hay que irse.