Un poco desangelado en México -país que rinde culto a los monstruos lo mismo en la política que en el cine de Lucha Libre- se celebraron en el mundo literario los primeros 200 años de la novela “Frankenstein, el moderno Prometeo”.
En los años 90, se hizo bastante alaharaca con el Bicentenario de Drácula... quizás porque era la gran cresta del movimiento Dark, los rave y demás creaciones nocturnas. Frankenstein es menos sexy que un tipo pálido que muerde el cuello a las féminas.
El 11 de marzo de 1818 se publicó esta novela nacida de la pluma de Mary W. Shelley: pionera del femenismo que no tuvo problemas en adoptar el nombre de su esposo, el polémico poeta Percy Shelley, con quien se fugó a Suiza e Italia, acompañada por su hermanastra.
Ya viudo Shelley, ambos se casaron y formaron una pareja única. Un gran mérito de él fue que la apoyó en su carrera como escritora y siempre estuvo orgulloso de sus logros, algo muy apreciado hoy, tiempo en que abundan los celos profesionales y competencias de parejas.
Una de su etapas más difíciles como pareja fue en Nápoles, una ciudad que Mary Shelley más tarde describió como “un paraíso habitado por demonios”, (fueron chantajeados por unos criados e incluso perdieron una hija).
En junio de 1822, todavía en Italia, Mary sufrió un aborto espontáneo que le causó una gran pérdida de sangre y la dejó en peligro de muerte. En lugar de esperar a un médico, Percy la hizo sentarse en una bañera cubierta de hielo para detener el sangrado, un acto que el médico reconoció como lo que salvó la vida de Mary.
Según el punto de vista de la crítica Edna Moers, la novela es un “mito del nacimiento”, en la cual Shelley aborda temáticas como su culpabilidad por haber causado la muerte de su madre al nacer y por haber fallado como madre ella misma. (Sus primeras citas amorosas clandestinas con su futuro esposo fueron en la tumba de su madre).
Sería su novela una historia que muestra sobre qué le sucede a un hombre cuando trata de tener un bebé sin una mujer. Frankenstein está profundamente a favor de la naturaleza y opuesto a los métodos anormales de producción y reproducción, pero esos detalles tan actuales no aparecen en ninguna de sus versiones fílmicas y televisivas.
El nombre de la criatura es y se volvió un genérico: en la novela solo se le llama así, “La Criatura”; Viktor Frankenstein es el nombre del científico aristocrático que intenta crear un moderno Prometeo... con el tiempo y gracias al cine, el nombre se ha confundido y hoy de manera natural llamamos así al geométrico personaje y a cuanta creación descabellada hace el ser humano.
Las obras de Mary Shelley a menudo argumentan que la cooperación y la compasión, particularmente las practicadas por las mujeres en sus familias, son las formas de reformar a la sociedad civil. Esta visión constituyó un desafío directo al romanticismo individual promovido por Percy Shelley y a las teorías políticas educativas articuladas por su padre, William Godwin.
Hay una frase inolvidable que dice el monstruo en la novela, cuando le pide a Viktor Frankenstein una compañera para no sentirse solo, igual de horrible y deforme que él, e irse a vivir los dos solos en la regiones artícas: “Mi corazón fue hecho para ser llenado de amor”.
Horrorizado, Viktor se da cuenta que eso podría resultar en una nueva raza de monstruos y decide que... y ya no lo cuento más la historia, ¡vaya y compre el libro!