El pontificado de Francisco, el Papa jesuita, será sin duda recordado por múltiples aportes. En lo social, destaca el magisterio que plasmó en sus encíclicas Laudato Si’ (LS) y Fratelli Tutti (FT), así como en otras muchas cartas y documentos. Enseguida, recuperamos algunas de sus reflexiones para honrar su legado:
“La tierra nos precede y nos ha sido dada [...] Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras” (LS, párr. 67).
“Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. [...] todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados“ (LS, párr. 93).
“La intervención humana en la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las cosas mismas [...] En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante” (LS, párr. 106).
“Es indispensable prestar especial atención a las comunidades originarias con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores” (LS, párr. 146).
“Sólo podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones»” (LS, párr. 195).
“Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar [...] de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte” (FT, párr. 15).
“[...] los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común. Pero observando con atención nuestras sociedades contemporáneas, encontramos numerosas contradicciones que nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la igual dignidad de todos los seres humanos, proclamada solemnemente hace 70 años, es reconocida, respetada, protegida y promovida en todas las circunstancias. En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia [...] Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados” (FT, párr. 22).
“Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran” (FT, párr. 37).
“Lo que hasta hace pocos años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza aun por algunas autoridades políticas y permanecer impune. No cabe ignorar que en el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático” (FT, párr. 45).
“El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas” (FT, párr. 155).
“Hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal manera que incluya a los movimientos populares [...] aunque molesten, aunque algunos pensadores no sepan cómo clasificarlos, hay que tener la valentía de reconocer que sin ellos la democracia se atrofia, se convierte en un nominalismo, una formalidad, pierde representatividad, se va desencarnando porque deja afuera al pueblo en su lucha cotidiana por la dignidad, en la construcción de su destino” (FT, párr. 169).
“Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos. [...] Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. [...] La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible” (FT, párr. 227).
“Los miedos y los rencores fácilmente llevan a entender las penas de una manera vindicativa [...] existe la tendencia a construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que concentran en sí mismas todas las características que la sociedad percibe o interpreta como peligrosas. Los mecanismos de formación de estas imágenes son los mismos que, en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas. Esto ha vuelto particularmente riesgosa la costumbre creciente que existe en algunos países de acudir a prisiones preventivas, a reclusiones sin juicio y especialmente a la pena de muerte”. (FT, párr. 266)
“Nuestro mundo roto y dividido necesita construir puentes [...] Nuestro mundo está necesitado de transformaciones que protejan la vida amenazada y defiendan a los más débiles. Buscamos cambios y muchas veces no sabemos cuáles deben ser, o no nos sentimos capaces de abordarlos, nos sobrepasan. En las fronteras de la exclusión corremos el riesgo de desesperar, si atendemos únicamente la lógica humana. Lo llamativo es que muchas veces las víctimas de este mundo no se dejan llevar por la tentación de claudicar, sino que confían y acunan la esperanza [...] Compartan su esperanza allá donde se encuentren, para alentar, consolar, confortar y reanimar. Por favor, abran futuro [...] susciten posibilidades, generen alternativas, ayuden a pensar y actuar de un modo diverso [...] Caminen cantando y llorando, que las luchas y preocupaciones por la vida de los últimos y por la creación amenazada no les quiten el gozo de la esperanza” (Discurso en la reunión del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús, 2019).