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@rodolfodiazf
La tentación de querer ser como otra persona es atávica. Desde que somos bebés se comienza a buscar a quién nos parecemos: ¿a la mamá, al papá, al abuelo o abuela, a algún tío o tía?
La cuestión no termina ahí, pues más delante se nos pondrá enfrente el ejemplo y comportamiento de otra persona para preguntarnos constantemente: ¿por qué no eres como él o ella?
Sin embargo, es un error establecer comparaciones con los demás. Es cierto, que debemos inspirarnos en las gestas y metas conseguidas por otros como ideal o referente a lograr, pero lo fundamental es desarrollar nuestra propia personalidad, porque cada uno debemos forjar nuestro camino y destino.
Un antiguo relato señala que el rabino polaco Meshulam Zusya se presentó con el rostro pálido y lloroso ante sus discípulos, quienes le preguntaron qué le preocupaba o afligía. El maestro respondió:
‘El otro día tuve una visión. En ella, aprendí lo que algún día los ángeles me preguntarán sobre mi vida”. Los seguidores le dijeron: “Eres piadoso, erudito y humilde. Nos has ayudado a muchos de nosotros. ¿Qué pregunta sobre tu vida podría ser tan aterradora que te daría miedo responder?”.
Zusya elevó su mirada al cielo y dijo: “He aprendido que los ángeles no me preguntarán, “¿por qué no fuiste un Moisés, sacando a tu pueblo de la esclavitud?”.
Entonces, qué te preguntarán, insistieron. Zusya suspiró y manifestó: “Los ángeles no me preguntarán, “¿Por qué no fuiste un Josué que llevó a tu gente a la tierra prometida?”.
Finalmente, explicó, “Lo único que me dirán es esto: “Zusya, solo había una cosa que ningún poder del cielo o de la tierra podría haberte impedido convertirte”. Y yo pregunté: “¿cuál?” Me dijeron: “Zusya, ¿por qué no fuiste Zusia?”.
¿Forjo mi propia identidad?