“Una novela criminal”, de Jorge Volpi, fue la ganadora del Premio Alfaguara de novela este año. Es una novela sin ficción, documental, que me remite inevitablemente a la obra maestra que apuntaló este género, “A Sangre Fría“, del genial Truman Capote; y también, sobre todo, por ser un asunto mexicano de carácter judicial, con la truculenta “Asesinato”, del entrañable maestro Vicente Leñero, donde el junior nieto de una connotada familia de un político nayarita asesina a machetazos a sus abuelos, caso que conmovió a la sociedad mexicana de mediados de los 80.
De igual modo, el caso Cassez-Vallarta (Bonnie and Clyde de Iztapalapa), va a conmocionar a un México que en ese entonces se informaba por televisión. Al ver cómo la pareja de una mujer francesa y un mexicano son detenidos por la policía en calidad de líderes de una banda de secuestradores, junto con tres de sus víctimas, en el Rancho “Las Chinitas”, a la salida a Cuernavaca, el 9 de diciembre de 2005.
Este evento fue transmitido por el “Canal de las Estrellas” y también por Azteca, pretendiendo ser en “vivo y a todo color”.
Tiempo después, gracias a la perspicacia y arrojo de la periodista colombiana Yuliana García, quien fue la responsable de la investigación, se demostró que esta captura y rescate sólo fue un engaño, un montaje, una recreación. La reportera pudo también escuchar entonces, la voz inconfundible del joven Carlos Loret, pidiendo a su reportero Pablo Reinah que “le aguantara” la entrada de la policía, porque antes tenía que meter una nota de deportes. Loret de Mola siempre ha negado esto.
La falsedad de este evento fue confirmada públicamente en el programa “Punto de Partida”, paradójicamente en la misma Televisa, el lugar donde fue perpetrado el engaño. Allí Yuliana pudo presentar con gran riesgo su reportaje, gracias a la intervención de una periodista recién llegada a la empresa con aura de independiente, Denise Maerker.
Ahí García Luna, temible jefe de la policía, entonces la AFI, admitió la puesta en escena, diciendo que en ocasiones “colaboraban con los medios” para justificar así la recreación del hecho.
En este programa se conectó por teléfono desde su arraigo, la presunta secuestradora para decir al aire en cadena nacional que era inocente y que había sido detenida desde un día antes, “paseada” y torturada.
Esto fue sólo el inicio del caso Florence Cassez–Israel Vallarta. Lo describo así, con detalle, porque va a estar siempre presente de diferentes maneras a lo largo de la extensa novela. Su autor, Jorge Volpi tuvo que revisar minuciosamente 20 mil fojas, llenas de lagunas, errores y contradicciones. Volpi no descubre el hilo negro del sistema de justicia mexicano, pero sí retoma la oscura madeja e intenta desembrollarla: expone lo absurdo de los hechos, muestra las ambigüedades, telarañas, dualidades e incongruencias de un mundo terrible; de personajes que lo sustentan y se alimentan de él. “Presunto Culpable”. Una Suprema Corte de Justicia pueril, que decide según sus intereses, filias o fobias.
Florence Cassez encarna a la villana perfecta. Francesa, guapa, blanca, pelirroja; revivió con furia al “masiosare” que llevamos grabado bien dentro los mexicanos. Tuvo que pasar mucho tiempo para que se pensara siquiera en su posible inocencia, o por lo menos en la suciedad y lo aberrante de su proceso.
Dice Volpi, su caso es “El Proceso de Kafka”; y me permito añadir también:
”Ante la Ley”, “El Castillo” y hasta “La Metamorfosis”, pues uno debe sentirse Samsa después de recibir la madriza de un custodio de prisión.
Como todos sabemos, el caso Cassez provocó un serio conflicto diplomático entre Francia y México, el problema tuvo implicaciones políticas muy serias en ambos países gobernados por dos chaparritos furiosos que prohibían a sus esposas usar tacones. El agarrón fue de antología y ya sabemos quién ganó.
Personajes temibles desfilan por todo el libro. Volpi entrevista a todos ellos con gran valor. A “El Golem judío”, Margolis, experto en seguridad; Genaro García Luna, siempre amenazante; y dejó para el final a Luis Cárdenas Palomino, verdugo torturador, actualmente jefe de vigilancia en Azteca TV, quien al final de su tensa conversación, le pregunta al autor su teléfono, le aprieta la mano al despedirse, y se dirige a él con su nombre en diminutivo.