¿Cómo encajar ese fenómeno social que representó en su momento la aparición de un joven lanzador de Grandes Ligas, montado en el montículo de los Dodgers de Los Ángeles, empatando el récord de pítcher debutante?
Fue algo más allá de la épica del deporte y el mundo del dinero de las corporaciones estadounidenses. Representó una fuerte carga emotiva y efectiva para la identidad nacional, especialmente para la entonces muy desleída región noroeste.
Hay que recordar que en aquel tiempo ese orgullo nacional puso de vuelta en el mapa a Sonora, y también revivió de paso el ímpetu en Sinaloa.
Ya se nos olvidó lo emocionante que fue verlo ganar sus primeros partidos y acercarse a romper la marca de juegos consecutivos, sin perder, en su debut. El día que no ganó aquel encuentro que hubiera sobrepasado ese límite fue una breve tragedia nacional que, por fortuna, él nos hizo olvidar muy pronto.
Sonora contaba en su arsenal con Héctor Espino y Aurelio Rodríguez, de Cananea, quien fue tercera base en siete equipos de Grandes Ligas y coincidió con Valenzuela en su primera Serie Mundial, portando él la casaca de los Yanquis.
Sí: de los Yaquis de Obregón pasó a los Yankees de New York, aunque es justo precisar que estaba con los Charros de Jalisco cuando don Aurelio Rodríguez ascendió a Grandes Ligas.
Además de la comunión social y vecindad, volviendo al espacio de nuestros once ríos más los dos de Sonora, es justo acotar que la Liga del Pacífico mantenía vivos nuestros vínculos deportivos con esa zona del sur de Sonora donde está Etchohuaquila, región semejante cultural y lingüísticamente a las del centro y norte de Sinaloa.
No de balde Julio César Chavez, otro monstruo del deporte, nació en Ciudad Obregón y se formó como sinaloense en Culiacán.
Los sinaloenses los veíamos como nuestros; más tarde vendría la figura de Teodoro Higuera.
En la Liga del Pacifico, el pitcheo sigue siendo poderoso y a no pocos gringos recién llegados les cuesta “agarrar la pichada”. Fernando Valenzuela pertenecía a esa escuela de pedrada fuerte y habilidosa.
Y el impacto de subrayar y resaltar la identidad también alcanzó a la chicanada y a los hispanos como detonante aspiracional. Se demostró que la afluencia al estadio de los Dodgers aumentaba significativamente cuando lanzaba Fernando Valenzuela. Y eso debe haber pesado al contratarlo por la inédita cantidad de un millón de dólares.
¿Cuánto pobre trabajador ilegal o cosechador de uvas supo que sí era posible triunfar en el hostil imperio americano, si alguien como Fernando Valenzuela, nacido en un páramo como el de ellos, había podido dominarlos?
En aquellos años, no ganábamos nada en ningún deporte. Gracias a don Fernando tuvimos un faro en esos duros momentos y los que siguieron después, años atroces con la caída del peso y la crisis eterna con Miguel de la Madrid,
La gente hablaba con respeto de su descubridor, el scout cubano Mike Brito, a quien era común verlo en los juegos alzando la pistola de radar para calcular el millaje de los lanzamientos de Fernando.
En una Serie del Caribe que fui jefe de prensa me pusieron a atenderlo en un cóctel, junto con otro chavo que sabía más de beisbol que yo para no fallar, y resultó que casi ni hablamos del Rey de los deportes.
La charla con Mike Brito se centró en el Mazatlán de los 70 y 80: los viejos bares, la cantina el Avante, el cine Terraza al aire libre, el piano bar El Navegante, el Club Muralla, la cenaduria El túnel, el bar Son Sin y demás personajes de la calle y la noche.
Resultó que Mike Brito había sido mánager de los Yaquis de Ciudad Obregón y cuando venían a jugar a Mazatlán aprovechaba el brinco y se quedaba por acá varios días, antes y después de las series.
¿Cómo descubrió a esa leyenda de Sonora que fue Fernando Valenzuela?
En 1979, Brito llegó a Nuevo Laredo con la intención de firmar al short stop y super prospecto mexicano Alí Uscanga. Ese día le tocaba lanzar a un chico desconocido de 19 años, Fernando Valenzuela, con apenas un debut reciente con los Leones de Yucatán en la Liga Mexicana.
No había tenido cabida en el cuadro con los Pericos de Puebla y se lo “prestaron” a los yuca en aquel momento fundacional.
“Fernando le lanzó tres bolas seguidas a Alí”, narró Mike Brito en vida para explicar cómo fue que firmó a “El Toro de Etchohuaquila”: “Pero enseguida le tiró tres strikes para poncharlo y entonces me olvidé de Uscanga para recomendar a Valenzuela”.
De esa forma los Dodgers le dieron seguimiento a Fernando para comprar ese mismo año su contrato a los Pericos de Puebla en 120 mil dólares.
El zurdo debutó con los Dodgers en 1980 y al siguiente año se desató la “Fernadomanía” en EU y México.
Además de su primer cadena de victorias, “El Toro” ganó su primer juego de Serie Mundial siendo un novato, tirando un juego completo con 149 disparos. Su último disparo del juego ponchó a Lou Piniella. Ya no hacen de esos.
El impacto de Valenzuela fue tal que salvó al beisbol de dos crisis de huelgas en dos distintos países.
En 1980, la Liga Mexicana sufrió un cisma con la huelga de peloteros y la afición al beisbol -que para entonces competía con el omnipresente futbol de Televisa-, se alejó de los parques y no se fue de este deporte gracias a Fernando.
Y en Estados Unidos, la sensacional actuación de Valenzuela -Novato del Año, Cy Young, Bate de Plata y anillo de Serie Mundial-, salvó la temporada de 1981 de la huelga en MLB.
Recuerdo la cabeza del periódico Noroeste en aquella ocasión que ganó un juego, pero el titular decía otra cosa: ¡HASTA UN CUADRANGULAR METIÓ! Era su primer jonrón. Valenzuela bateaba de manera correcta y era bueno para atrapar bolas... hoy que muchos lanzadores se tiran al suelo cuando el bateador les manda directo la pelota.
Buen viaje al campo de los sueños a “El Toro” de Etchohuaquila.