El sino del escorpión lo ha llevado a atestiguar con entusiasmo el surgimiento de la movilización y las demandas de una constelación de colectivos agrupados en el movimiento feminista del nuevo siglo, sin duda el más novedoso, estimulante y radical de las últimas dos décadas, aun con sus dosis de violencia inherente.
Esta agitación feminista se caracteriza por la indignación y la rabia ante el creciente número de feminicidios, el incremento exponencial de la violencia de género (doméstica, pública, laboral, escolar, en redes), la exclusión y la normalizada impunidad de estos delitos. Sorprende por ello el desconocimiento periodístico de las características, razones y demandas del feminismo mexicano actual, así como la falta de un análisis racional de la violencia en sus marchas, más allá del amarillismo y el escándalo tan vendibles.
El escorpión no está para “manexplicar” el feminismo, pero sí para ofrecer información y datos para conocerlo. Por ello recomienda el ensayo de diciembre de 2020 El movimiento feminista en México en el Siglo XXI: juventud, radicalidad y violencia, de la doctora Lucía Álvarez Enríquez (Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM), una aportación documentada al entendimiento de la combativa movilización feminista, sus estrategias y su violencia.
La investigadora caracteriza a este feminismo como un movimiento de nuevo cuño, distinto a los movimientos feministas anteriores. Sus protagonistas son diversificadas, no tienen liderazgo específico ni unificado, utilizan un lenguaje propio, directo y confrontativo, y recurren incluso a la violencia como medio de “comunicar y sacudir”. En efecto, hemos visto con azoro cómo esta radicalidad desafía no sólo a gobiernos e instituciones, sino a las formas mismas de articulación de los movimientos sociales y la acción colectiva. El innovador movimiento replantea entonces “las coordenadas de la lucha política y la transformación social” (¡pum!, escucha el escorpión).
El ensayo rastrea el transcurrir del movimiento desde 2018 en la UNAM y durante los últimos dos años, cuando la movilización trascendió los muros académicos y conectó con numerosos colectivos feministas exteriores. De estas feministas, el alacrán destaca su calidad de nuevas protagonistas sociales, su lenguaje original, sus estrategias de acción, el manejo de redes sociales, la centralidad de sus demandas en la violencia de género y el feminicidio, y su pertenencia a una nueva generación. “Son mujeres entre 18 y 23 años, muchas estudiantes de bachillerato y licenciatura (...) de clases medias y populares, insertas en la universidad pública y, por ello, con cierto nivel de formación e información”.
Para ellas, los agravios históricos padecidos por las mujeres han llegado al límite, al hartazgo insoportable, y la normalización de la violencia contra ellas es ya insostenible. De ahí los “fuertes exabruptos y explosiones de rabia contra los hombres, las instituciones, los medios y las complicidades silenciosas, sus mecanismos radicales y disruptivos, el tono de exigencias sin cortapisas, la intolerancia y desesperación ante la falta de respuesta de las instituciones” y, en consecuencia, “el uso de la violencia para sacudir y llamar la atención”.
Otra de sus características fundamentales es su diversidad: no es un movimiento unitario, homogéneo ni claramente estructurado. La enumeración de los colectivos sumados al movimiento es larga: las mujeres de la Asamblea separatista, las Mujeres organizadas de las facultades universitarias, la Asamblea Interuniversitaria de Mujeres y el grupo conocido como Anarquistas. También figuran, de manera transversal, el feminismo de las activistas, el académico, el de clase media, el feminismo popular y aún otros grupos como las abortistas, abolicionistas, trans, lesbianas, no binaries, bisexuales e intersex.
Otra clasificación cromática surgió de la histórica marcha de marzo de 2019: la camiseta violeta unificaba a feministas y no feministas en la demanda por la no violencia hacia las mujeres, el color verde ligaba a las luchas por los derechos sexuales y reproductivos (el aborto libre, seguro y gratuito), y el color rosa representaba las demandas de los grupos trans contra la violencia transfóbica y las exclusiones. La investigadora apunta cómo sorprendió la incorporación de voces y contingentes conservadores de la derecha, furibundos críticos del feminismo, además del grupo veracruzano “Las brujas del mar”.
Las diferencias entre estos colectivos se relacionan con aspectos como si aceptan hombres o no (separatistas), si la exigencia de sus demandas es total o si es posible negociar, si se visten de negro y se encapuchan, y, notablemente, si aceptan la negociación o asumen como necesario el uso de la violencia. No obstante su composición compleja, el movimiento generó acuerdos (denunciar el acoso, la discriminación y la impunidad en los abusos contra las mujeres), y forzó respuestas de las autoridades en materia de gobernación y legislación (universitaria y federal), además del reconocimiento a la validez política de la lucha feminista y el posicionamiento en la agenda nacional de los temas de violencia de género, feminicidios, impunidad y exclusión, todo a pesar de las descalificaciones del Presidente López Obrador.
Son muchos los temas de la lucha feminista actual en México planteados en este ensayo (entre ellos la alarmante misoginia exacerbada por estas mujeres y la presencia de provocadores en sus marchas), pero el escorpión finaliza con una reflexión de la doctora Álvarez Enríquez, para aplicarla al reciente escalamiento de la violencia durante la marcha proaborto del 28 de septiembre pasado.
“La violencia ha sido reivindicada y ejercida por algunos grupos (no el conjunto), arguyendo, por una parte, la ineficacia y falta de resultados cuando se han utilizados los “medios cívicos” (dialogo, negociación); pero, sobre todo, (arguyendo) la rabia condensada en los agravios denunciados y el dolor generado por el extremo inadmisible que significa acabar con la vida y con la dignidad de las mujeres, en particular las del entorno próximo”.
El alacrán deja la reflexión abierta, pues el porvenir dependerá del análisis y las decisiones políticas tomadas al interior del heterogéneo movimiento de colectivos feministas.