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El forzado encierro hogareño establecido por el protocolo contra el embate del Covid 19 está sentando una inusitada experiencia que entraña un requerimiento de templanza, de comprensión y de imaginación creativa, aunque en una mayoría de casos representa la tribulación y la penuria familiar a causa del creciente desempleo que registra la restringida o paralizada actividad comercial y de servicios.
Las personas que afrontan menor afectación son aquellas cuya actividad les permite continuar con sus cotidianas labores desde la circunstancial confinación porque pueden realizarlas por medio de la computadora. Este recurso está siendo aplicado en la actividad educativa con el fin de salvar el ciclo escolar, aunque el problema persiste para los educandos que no tienen a su alcance ese medio.
En muchos casos y por diversos motivos, el ocio restringido por el limitado espacio habitacional deriva hacia el estrés, lo cual supone alteraciones del estado de ánimo que se reflejan en la estabilidad emocional y la relación familiar, particularmente entre la pareja, con repercusión hacia los hijos. Se dice que en otros países donde se ha practicado el estrechamiento hogareño durante la presente pandemia se han incrementado las propuestas de divorcio. Cabe interpretar que la situación propiciatoria de esa supuesta tendencia obedece a la irritabilidad provocada por la presión de tan ominoso entorno.
No es difícil imaginar el grado perturbador que están sufriendo los jefes o jefas de familia que afrontan el castigo de la cesantía, esa amenaza convertida en una realidad que crece a medida que la crisis económica siga impactando a ese sector empresarial que carece de recursos para seguir cubriendo salarios en tanto no perciba ingresos, actualmente cancelados por el cierre de sus negocios.
Ante ese escenario surge una nueva preocupación en torno a una realidad que se percibe más que probable, y es el hecho de que la necesidad extrema es muy mala consejera. ¿Podría culparse a quien, presionado por la necesidad de llevar algo qué comer a sus hijos, recurriera a una actitud delictiva para obtener los recursos que dejó de recibir lícitamente? Esta posibilidad se presenta ahora en un ámbito donde se encarcela a quien roba por hambre, en tanto que grandes defraudadores se mantienen impunes o son favorecidos con penas irrisorias que los ciudadanos consideran indignantes.
Sin cambiar de tema, se tiene que lamentar la irrupción de entes vandálicos que, a la sombra de la aciaga y letal presencia pandémica, convocan y consuman saqueos y destrozos en establecimientos comerciales, sin que esa violencia tenga relación alguna con la actual urgencia sanitaria, pues los malandrines, muchos de ellos adolescentes, sustraen pantallas televisivas y otros enseres suntuarios no requeridos para protegerse contra el coronavirus.
Sin embargo, la manifestación más patente de irracionalidad se está manifestando en la serie de agresiones que en diversos puntos del País se cometen cotidianamente en contra del personal médico y de enfermería en los hospitales del Sector Salud; atentados que van desde las ofensas verbales hasta los golpes, así como humillantes actitudes de repudio en la vía pública.
En la mayoría de los casos los autores de esas ofensas son familiares de pacientes del Covid-19, que así desahogan su indignación porque no se les permite ver a los internos. Se explica la exaltación anímica de esas personas ávidas de conocer el estado en que se encuentran sus parientes, pero es condenable que una de las medidas del protocolo sanitario se torne en contra de ese ejército asistencial que está exponiendo salud y vida en el cumplimiento de su loable misión.
El gesto reivindicador contra ese denigrante aspecto es la encomiable respuesta de la sociedad civil, representada para el caso por el sector empresarial, al que tanto critica el Presidente López Obrador, y que ahora se solidariza con el Gobierno de la Cuarta Transformación mediante diversas aportaciones y propuestas enfocadas a coadyuvar en la ingente tarea de atender los requerimientos asistenciales que disparará la temida fase tres.