¿Cuál es nuestra tarea en este mundo? ¿A qué hemos venido? ¿Qué es lo que hacemos? ¿Cómo, con qué y para qué lo hacemos? ¿A qué y con quién nos comprometemos? ¿En qué empresa trabajamos? ¿Con qué materiales y recursos contamos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuáles son las metas e ideales que perseguimos?
Son muchas las preguntas y cuestionamientos que podemos seguir planteando, pero todas las interrogantes podrían converger en una sola respuesta: nuestra misión es convertirnos en fabricantes de felicidad. Pero, como afirma un axioma del derecho romano: “Nemo dat quod non habet”; es decir, nadie da lo que no tiene.
Por tanto, no podemos fabricar felicidad si nosotros, primeramente, no somos felices. Además, en la medida que compartamos felicidad, nuestra alegría se multiplicará y más felicidad personal experimentaremos.
El famoso predicador Norman Vincent Peale, en su obra “El poder del pensamiento tenaz”, narró una anécdota que vivió en el restaurante de un tren, cuando viajaba con su mujer. Enfrente de ellos iba otra pareja y se percibía que la señora enjoyada y bien vestida estaba muy molesta, porque criticaba todo y a todos.
El marido se contrariaba y apenaba por el comportamiento de su mujer y, queriendo disipar esa tensión, dijo que él era abogado y su mujer era fabricante. Peale, se impresionó, porque la dama no aparentaba ser dueña de una empresa y preguntó qué era lo que fabricaba. Su interlocutor suspiró y respondió cansadamente: “Desdicha. Fabrica su propia infelicidad”.
Peale terminó su relato, añadiendo: “Aunque suene extraño, hay una clase de gente que, según parece, tiene por ‘profesión’ el vivir disgustada y triste y, de paso, hacer desgraciada la vida de cuantos viven a su alrededor”.
¿Fabrico felicidad o infelicidad? ¿Comparto armonía, gozo, alegría y regocijo; o amargura, división, tristeza y melancolía?
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