Evocación al escritor y periodista cultural Ignacio Trejo Fuentes (1955-2024)

EL OCTAVO DÍA
    Me acuerdo cuando Ignacio Trejo Fuentes decía que no le gustaba leer La Jornada porque no tenía horóscopos.

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    Me acuerdo cuando Ignacio Trejo Fuentes decía que no le gustaba leer La Jornada porque no tenía horóscopos.

    Me acuerdo cuando en los años 90 nos dio una lección a muchos de tolerancia y respeto al narrar, por escrito y oralmente, su larga amistad con el escritor Rafael Calva Prat, quien moriría víctima del sida y con quien vivió un tiempo.

    Me acuerdo cuando un día encontré un ejemplar viejo del unomasuno y ahí venía un sorprendente ensayo suyo sobre erotismo en la literatura mexicana. Pero no hablaba de los clásicos, sino de fragmentos desapercibidos en novelas no eróticas del Siglo 19 y principios del 20, tales como El Periquillo Sarniento, Clemencia o Los Bandidos de Río Frío.

    Me acuerdo cuando le pregunté por qué no publicaba esos ensayos en un libro y me decía que todos esos textos los había escrito a máquina y no había tenido tiempo de retomarlos. ¡Algún día!

    Me acuerdo cuando nos confesó que tenía rato escribiendo las columnas con muchos errores, al no revisarlas con cuidado y no atreverse a enmendarle los correctores de los periódicos, y con gran galantería se le hizo ver un día Federico Álvarez del Toro, cuando le mostró un texto para la revista de la UNAM y entonces decidió ser más cauto.

    Me acuerdo cuando fue a hacer un examen de doctorado y todos los académicos que iban a analizarlo habían sido sus alumnos y sólo le preguntaron sobre sus hijos, y otros detalles cotidianos, antes de dejarlo ir.

    Me acuerdo cómo lo respetaban Fernando del Paso, Gustavo Sáinz, Jose De la Colina, el propio García Márquez, Ricardo Rocha y muchos otros... y sólo menciono a los que recuerdo ahorita y que me constan.

    Me acuerdo de muchos parrandas que podría contar en la Ciudad de México y otras partes del País, pero la más divertida fue cuando acabamos con Pepe Arévalo y sus Mulatos, ya que era amigo personal del señor.

    Me acuerdo que no renegaba de haberle ido al América, y que eso no significaba que apoyara al PRI y a Televisa, sino porque él desde muy joven había sido fanático del entonces Atlético Español, que era otra cosa.

    Me acuerdo cuando un amigo se lo encontró en Israel en las ruinas de Masada, durante una estancia en una universidad de allá, y le dijo que le gustaba el Mar Muerto solo para echarse un rollo.

    Me acuerdo que casi no pedía favores para él, pero si algún día le hablaba a Elena Poniatowska, a Cristina Pacheco o a Ángeles Mastretta para solicitarles un apoyo o firma para alguna escritora en problemas, ellas le contestaban de inmediato.

    Me acuerdo que él dio un gran apoyo a David Toscana y a Cristina Rivera Garza, por sólo mencionar dos nombres recientemente galardonados a nivel internacional, cuando aún eran inéditos. Y nunca dejó de escribir sobre los jóvenes en los estados.

    Me acuerdo que por esa época nos ayudó a muchos publicar en Planeta, Alfaguara o Cal y Arena, pero él sólo publicaba en la editorial chiquita de su amigo David Magaña, porque ahí los tirajes se vendían rápido en las universidades chilangas como libro de texto y le iba mejor.

    Me acuerdo de lo excelente que se llevaba con su ex esposa y alguna vez hablé con ella para checar un vuelo, porque él estaba ilocalizable en otro viaje durante la era pre celular y pre mail, y todo lo resolvimos bien, con gran educación y buen ejemplo. (De hecho ella fue la que me habló a mi oficina de parte suya).

    Me acuerdo cuando nos contó el tiroteo que pasó a la vuelta de su casa, cuando la Policía Judicial detuvo a Sara Aldrete, la narcosatánica, quien luego conocería en la cárcel, dando un taller. Los pistoleros de Costanzo arrojaban bolsas de dólares por la ventana para que la gente estorbara a los policías... y no se quedaran al final con el botín.

    Me acuerdo que decía que el nombre de nuestra querida Ana Clavel era en realidad el seudónimo de “Ana Encarnación”, y que había obtenido el nombre traduciendolo al inglés como “Ana Carnation” o sea, como la leche de clavel. (Todo esto por supuesto que era una ocurrencia suya, que a la propia Ana le divertía)

    Me acuerdo de muchas cosas inolvidables en tantos años, marcadas por los valores de la sinceridad y la generosidad, cosas que no siempre son comunes en la literatura.

    Y me acuerdo de su libro Beso del diablo, donde narra el funeral de su hermano en Tlalchichilco, pueblo de su familia entre Hidalgo y Veracruz, en donde este viernes lo sepultaron a él. Allá suelen llevar a los muertos al panteón en camión de volteo porque llueve mucho, y está inexpugnable el recorrido, y él allá quería que también lo sepultasen.

    Salud por el buen Nacho.

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    @juanjose_rdgz

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