Semana Santa es una época para huir del estrés cotidiano, entregarse al sol, la brisa marina y, claro, a la comida típica de playa. El ceviche con limón, los cocteles de camarón y los vasos con frutas frescas se vuelven protagonistas. Pero en medio de esta postal idílica, acecha una amenaza común que puede convertir unas vacaciones soñadas en una pesadilla: la diarrea.
La diarrea, desde el punto de vista médico, es el aumento en la frecuencia, volumen o fluidez de las evacuaciones intestinales. Durante las vacaciones, la causa más frecuente es una infección gastrointestinal, generalmente adquirida por ingerir alimentos o agua contaminada. Esta condición, que puede parecer banal, es responsable de millones de casos al año en todo el mundo. Se estima que entre el 30 y 70 por ciento de los viajeros en países tropicales presentan algún episodio de diarrea. Y aunque en la mayoría de los casos es autolimitada, es decir, que se resuelve sola en unos días, también puede ser severa, especialmente si se acompaña de fiebre, vómito o signos de deshidratación.
Los culpables son casi siempre bacterias como Escherichia coli, Salmonella, Shigella o Campylobacter, aunque en algunos casos los causantes son virus como el norovirus o el rotavirus. Estas bacterias tienen la capacidad de producir toxinas o invadir la mucosa intestinal, provocando inflamación, secreción de líquidos y una alteración del equilibrio normal de absorción en el intestino delgado. En otras palabras, lo que comemos se convierte en una especie de bomba química que irrita nuestras tripas, causando evacuaciones líquidas, cólicos abdominales y una urgente necesidad de ir al baño.
Una de las toxinas más conocidas es la producida por la E. coli enterotoxigénica, que estimula una secreción exagerada de agua y electrolitos al interior del intestino. Esta bacteria no necesariamente estaba en un plato sospechoso: puede vivir en una lechuga mal lavada, en hielo hecho con agua de grifo, o en mariscos crudos que han estado demasiado tiempo al sol. El calor ambiental, por cierto, es un gran cómplice: a temperaturas elevadas, las bacterias se multiplican más rápido y los alimentos se descomponen con mayor facilidad.
Cuando el cuerpo detecta la presencia de estos agentes patógenos, activa una respuesta de emergencia: el intestino acelera su motilidad para expulsarlos, se reduce la absorción de líquidos y, en muchos casos, se activa la inflamación local. Todo esto tiene un solo resultado evidente: diarrea, a veces acompañada de fiebre, náuseas o malestar general. En condiciones normales, el cuerpo puede defenderse y recuperar el equilibrio en unos días. Pero si hay pérdida importante de agua y sales, especialmente en niños o adultos mayores, la situación puede volverse peligrosa.
En ese momento, lo más importante es no entrar en pánico y actuar con inteligencia. La prioridad es evitar la deshidratación. El agua sola no basta: es necesario reponer los electrolitos perdidos, especialmente sodio, potasio y cloro, que son esenciales para el funcionamiento del cuerpo. Las soluciones de rehidratación oral, que puedes encontrar en cualquier farmacia, tienen la concentración ideal para ser absorbidas rápidamente. Si no tienes acceso a una, puedes preparar una versión casera mezclando un litro de agua hervida con seis cucharaditas de azúcar y media cucharadita de sal. Es simple, barato y salva vidas.
En la mayoría de los casos no se necesita antibióticos. Usarlos sin diagnóstico puede empeorar el cuadro, alterar aún más la flora intestinal y aumentar la resistencia bacteriana. Lo recomendable es reposar, mantenerse hidratado, comer suave y evitar alimentos irritantes hasta que el intestino se recupere. Medicamentos como la loperamida pueden usarse con precaución para reducir la frecuencia de las deposiciones, siempre que no haya fiebre alta ni sangre en las heces. Pero si los síntomas persisten más de tres días, o si hay signos de deshidratación como boca seca, mareo, ojos hundidos o falta de orina, es imprescindible acudir al médico.
Lo mejor, por supuesto, es prevenir. Y aunque suene repetitivo, las medidas más efectivas son las más simples. Beber solo agua purificada o hervida, evitar el hielo de procedencia desconocida, consumir alimentos bien cocidos y recién preparados, lavarse las manos con frecuencia (especialmente antes de comer y después de ir al baño) y tener especial cuidado con las frutas, verduras y mariscos. Puede parecer exagerado, pero un poco de precaución vale más que pasar tres días encerrado en el hotel preguntándote si fue el cóctel de camarón o la ensalada con mayonesa lo que te traicionó.
La diarrea del viajero no es un castigo divino ni una consecuencia inevitable del turismo costero. Es, en la mayoría de los casos, el resultado de un cruce entre hábitos alimentarios relajados, higiene dudosa y altas temperaturas. La buena noticia es que, con información, prevención y atención oportuna, es totalmente evitable y tratable.
