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“Esto no se acaba hasta que se acaba”, así reza un dicho muy popular en el rey de los deportes, el beisbol, refiriéndose a que el resultado de un partido queda definido hasta que cae el tercer out de la última entrada.
Creo que más o menos así estamos en este obligado receso en el que nos encontramos debido a la pandemia mundial que nos mantiene en vilo, y cuando flotaba la esperanza de salir justo al concluir el presente mes de abril, nos anuncian otros 45 días de aislamiento y la semiparalización de la economía, en la mayoría de sus giros, y sin saber bien a bien, el tamaño de las consecuencias sociales y económicas que se nos vendrán encima, con un número impredecible de vidas y empresas que se irán a la tumba, arrastrando ilusiones, capital y empleos.
Nunca pensé que viviría una situación como la actual. Pasé por la del supuesto maremoto en el año 1964, la que afortunadamente quedó en el anecdotario y otra más en el carnaval del 2010, cuyo último desfile fue frustrado por una ola de pánico sembrada, desde los días previos a la fiesta, entre otros, por algunos panistas, a los que poco les importó poner en riesgo la vida de miles de personas.
Los recuerdo como si en este mismo momento se los estuviera reclamando tal y como lo hice en su momento.
Pero la situación inédita actual se montó en el grado de lo inimaginable y la percibo como una especie de acabada de mundo, que nos conducirá hacia nuevos estilos de vida; hacia una cultura ciudadana más activa y vigilante, con exigencias mayores a los gobernantes, para que el sistema de salud pública deje de ser presa de la corrupción y sea suficiente y eficiente, ya que, seguramente, tras la pandemia que hoy nos asola, vendrán otras con una mayor letalidad.
Por lo pronto, la famosa enfermedad nos tiene en un curso intensivo de lavarnos las manos, con la intención de llevarnos de la descuidada enjuagada a un lavado a conciencia.
Por otro lado, con esta dura experiencia, ha quedado ratificado que las potencias mundiales no necesitan disparar ni tan siquiera un rifle calibre 22 para dominar, no solo a sus contrarios, sino a todo el mundo, si así se lo proponen, y para ello sobran cabezas malévolas, dispuestas a colaborar con el mejor postor para el exterminio masivo de la humanidad.
Mentes malignas como las que se han dedicado a acrecentar la intranquilidad de la población urdiendo y difundiendo noticias falsas por el puro gusto de joder gente y de complicarles la vida a las autoridades, las cuales, muchas veces tienen que distraerse para aclarar los infundios.
Las llamadas redes sociales, de enorme utilidad para la comunicación inmediata en tiempo real, algunos hijos de la mala vida también las han convertido en una vigorosa fuente de la mala leche. Dijera el genial Cantinflas: “Estamos en una época en la que el hombre científica y tecnológicamente es un gigante, pero que moralmente es un pigmeo”.
Y efectivamente, los que se dedican a elucubrar y difundir información falsa acerca de situaciones y personas, son gente que el tamaño de su valía lo miden en función del daño social que provocan y de los pesos mal habidos que logran con sus malas acciones.
Por lo pronto estamos a la expectativa de no ser alcanzados por el coronavirus ni pasar a formar parte de la estadística de sospechosos afectados o muertos por el maldito virus, y en los extremos, no ser la parte que pierde en la disyuntiva médica por edad y antecedentes de salud, de a quien se auxilia primero, en un plano extremo al que hemos llegado por el saqueo al que se ha sometido al sistema de salud pública.
Esperemos que las autoridades encuentren la claridad mental que la situación requiere y que logren los mejores recursos para el saqueado sistema de salud, y con ello conseguir hacer frente a la ola de enfermos que se avecina... ¡Buenos días!