Esperanza y realidad

    Desde la perspectiva de nuestras propias capacidades y percepciones, pareciera que el proceso de envejecer y madurar consiste en crecer en el reconocimiento de los logros alcanzados; pero también de lo que pensamos es o no realizable en el futuro. En la tensión entre nuestros planes y lo que efectivamente sucede, el ideal y lo cotidiano, la esperanza y la realidad, cada uno(a) de nosotros(as) ha desarrollado estrategias para comprender y sobrellevar las múltiples brechas que existen. Es cierto que si el problema se ve desde el punto de vista de la virtud, la esperanza y la realidad no pueden ser consideradas como extremos opuestos y dicotómicos, pues se refuerzan mutuamente. Sin embargo, nuestra experiencia usual es que existen diferencias de consideración entre ellas.

    Es interesante que diferentes literaturas de las ciencias políticas, incluidas las de la gobernanza, han argumentado la importancia de estas estrategias para estimular la participación ciudadana y la cooperación público-privada. Para Bob Jessop, por ejemplo, lograr entornos en los que los(as) actores(as) gubernamentales y no-gubernamentales puedan colaborar de manera sostenida es indispensable tener una “cierta visión común del mundo” que ayude a “estabilizar [sus] orientaciones, [...] expectativas y [...] reglas de conducta”. La cooperación público-social-privada requiere evaluar periódicamente si se están logrando las metas establecidas, y si las instituciones acordadas para este fin son adecuadas. Pero también necesita una cierta capacidad de “esperanza colectiva” de que las cosas pueden ser mejores como resultado del trabajo constante y coordinado, bien diseñado y bien implementado, independientemente de lo que signifique “bien”.

    Esta capacidad es llamada “ironía auto-reflexiva” por Jessop, quien la define como la capacidad colectiva para comportarse asumiendo que el éxito es posible, a pesar de que previamente se haya fracasado. Para que los diferentes esfuerzos para la gestión de problemas complejos sean viables, es necesario suponer que se tendrán buenos resultados a pesar de que en el pasado no haya sido así. El problema, y esto también lo tiene muy claro Jessop, es que la esperanza de éxito debe basarse en evidencias de factibilidad que se obtengan del mismo contexto: los cambios en resultados implican cambios de medios, procesos e instrumentos. ¿Hasta qué punto es racional esperar mejoras si, en muchos ámbitos, seguimos haciendo exactamente lo mismo? ¿Hemos hecho realmente lo mejor a nuestro alcance para coordinarnos con otros(as) actores(as) y trabajar en conjunto tratando de solucionar problemas comunes? ¿Somos lo suficientemente auto-reflexivos?

    El contexto actual de nuestro país requiere urgentemente de una ironía efectivamente auto-reflexiva. Necesitamos identificar las brechas entre lo que esperamos se realice y los medios de los que efectivamente disponemos. Sin embargo, la clave está en la capacidad colectiva de reflexionar en conjunto y, conforme más nos acercamos a las elecciones intermedias, esto parece cada vez más complejo. La esperanza de cambio que guiará a muchos(as) votantes el próximo 6 de junio no puede ser una confianza ciega y sorda a las dificultades de la realidad, sino resultado de la reflexión pausada. Esto quizá le parezca al(a) amable lector(a) como pedir peras al olmo. Sin embargo, no por esto es menos necesaria.

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    El autor es doctor en Política y Estudios Internacionales por la Universidad de Warwick, Reino Unido. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.