En lugar de presentar un plan de emergencia ante la crisis del coronavirus, López Obrador se miró en el espejo y aplaudió lo que vio ahí. No marcó un mapa de ruta distinto, alterado por la recesión que viene; insistió en andar por el camino recorrido que solo la ahondará. No enunció lo que debía hacer; ensalzó lo que presume se ha hecho. En vez de reinventarse, decidió alabarse. No se movió; tan sólo se acicaló. Frente a un patio vacío, un fiel reflejo de su aislamiento intelectual, reveló los pecados que terminarán golpeando a su gobierno y lastimando al país: la soberbia, el orgullo. La obcecación que --según Von Clausewitz-- es una falla de temperamento; un tipo especial de egoísmo que exige genuflexión a los demás. Y eso es lo que ha logrado el Presidente con su plan no-plan: colocar a México de rodillas.
A la merced de ideas muertas, proyectos inviables, cifras irrisorias, optimismo infundado, promesas que no se podrán cumplir. A la merced de un hombre que no entiende la lógica de políticas contracíclicas, que no comprende la importancia de preservar el empleo para no producir más pobres, que equivocadamente equipara todo rescate con el Fobaproa, que confunde el keynesianismo con el neoliberalismo. López Obrador comparándose con Roosevelt quien sacó a Estados Unidos de la Gran Depresión, cuando se comporta más como Herbert Hoover quien la provocó. AMLO repite que su estrategia se centra en poner primero a los pobres, pero al empeñarse en seguir haciendo más de lo mismo, acabará engrosando sus filas. Peor que en la debacle de 1995. Peor que en cualquier contracción económica padecida por nuestra generación.
Porque se requerían acciones extraordinarias, y AMLO reiteró acciones minimalistas. Porque se tenían que establecer las condiciones económicas para que la gente --ante el Covid-19-- pudiera quedarse en su casa, y el Presidente no las estableció. Porque se necesitaban apoyos explícitos para el 50 por ciento de la población que vive al día, y él no los proveyó. Demostró que vive en una dimensión Disney, alejada de la realidad del país y del planeta. AMLOlandia, gobernada por quien se vanagloria de lo que ha construido en su imaginación. Un mundo mágico donde el Presidente ignora que sin crecimiento económico, caerá la recaudación. Cuando caiga la recaudación, habrá que recortar el gasto público. Cuando se recorte el gasto público, empeorará la crisis. Cuando empeore la crisis, habrá más pobreza.
Por eso los gobiernos en todas las latitudes están endeudándose para poder gastar más. Para poder preservar el empleo. Para evitar los despidos masivos y las bancarrotas previsibles. Para poder diferir el cobro de impuestos. Para inyectar liquidez a la economía y mantener el consumo. Como lo están haciendo Perú y Argentina y Chile y Holanda y Dinamarca. Países preparándose para los peores escenarios con las mejores políticas. Con la dispersión de recursos por todas las vías, para que quienes padecerán una economía de guerra, tengan armas suficientes para librarla. Y eso entraña volver al Estado benefactor, comprador, pagador, rescatista.
Trágica paradoja la de AMLO que en tiempos de John Maynard Keynes, emula a Milton Friedman. En tiempos en los cuales se busca agrandar al Estado, quiere empequeñecerlo. En tiempos de legitimidad para políticas de izquierda, opta por políticas de derecha. En vez de más generosidad, anuncia más austeridad. En vez de más transferencias, anuncia más recortes. En vez de recursos reasignados para la salud, habrá recursos reforzados para las refinerías. En vez de disposiciones para apoyar al sector informal, habrá medidas para apoyar a Pemex. El Presidente prefiere extraer petróleo antes que proteger el empleo, construir Dos Bocas antes que comprar cubrebocas, financiar el Tren Maya antes que salvar vidas.
Ayer AMLO no inauguró un pacto de Estado para encarar la emergencia. Recitó una oda a sus obsesiones, un poema a sus prejuicios, un canto a sí mismo. En su cabecita de algodón, la familia nos salvará, la cultura nos rescatará, la cancelación de aguinaldos nos redimirá, los programas sociales serán vacuna suficiente contra la pandemia. Y mientras tanto, el Presidente continuará de pie frente al espejo, embelesado. Pero conforme avance la crisis y pregunte: “espejito, espejito, ¿quién es el mas bonito?”, no encontrará ahí el perfil de un estadista. Verá a un verdugo.
@DeniseDresserG