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"ÉTHOS"

"Escuchar de corazón"

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    rfonseca@noroeste.com
    rodifo54@hotmail.com

     

    Vivimos en un mundo pletórico de ruidos, pero famélico de cálidas y comprensivas palabras. Tal vez algunas personas no compartan esta opinión o les parezca exagerada; sin embargo, las invito a reflexionar que el ruidoso mundo aturde por doquier, y que muchas de las palabras que se pronuncian son vanas e inútiles porque carecen de sustancia y contenido, de ahí que unan sus voces para hacer más estrepitosa la atronadora cascada del ruido.

    Es clásica la distinción entre oír y escuchar. El primer concepto es algo involuntario, se oyen los ruidos y se perciben los sonidos; en cambio, escuchar es un acto voluntario y consciente mediante el cual se acoge y comprende; no solamente se capta el sonido, sino que se descifra su contenido.

    Oír es un acto fisiológico que proviene de la voz latina “audire”, que significa percibir un sonido. No podemos restringir los sonidos a voluntad, a menos que nos pongamos unos audífonos.

    ¿Cuántas veces nos queremos dormir y no logramos conciliar el sueño porque los vecinos celebran un cumpleaños con la tambora?

    Escuchar, por el contrario, deriva de “auscultare”, que es un acto voluntario y selectivo; escuchamos con atención, como el médico. Escuchamos porque nos interesa descifrar qué hay tras el sonido que percibimos; de no ser así, dejamos que el río de las palabras continúe su curso. ¿No nos ha sucedido que, como dice el refrán, “estemos en todo, menos en misa”?

    Es decir, que oigamos lo que pronuncia el sacerdote, pero no estemos en realidad escuchando lo que está diciendo.

    Lo dramático es que también sucede en el caso de las relaciones familiares, de amistad o interpersonales. Podemos percibir lo que nos platican, pero no escuchar con el corazón abierto lo que se nos comparte y confía.

    ¿Escucho de corazón?