Arturo Santamaría Gómez
santamar24@hotmail.com
Esta es una frase recurrente de muchos mexicanos para negar que exista una pandemia. La señora que me vende pescado y camarones en casa me dijo la semana pasada, levantando la voz para ser convincente: ya investigué, porque yo ando por todos lados, incluyendo hospitales, y nadie ha sabido de un muerto por el famoso virus. No existe, oiga; eso es una invención del Gobierno.
Este lunes, un muchacho quien ronda casa por casa de mi barrio, ofreció sus servicios: Le barro la banqueta, la lavo el coche, le corto las ramas a los árboles, le pinto la casa o lo que usted necesite. ¿No sería bueno que te pusieras tapabocas para protegerte?, le dije. ¿Para qué, oiga? Lo del corona ese es una invención de los gobiernos. ¿De cuáles gobiernos? Pues de esos. ¿No has visto las noticias con las imágenes de los muertos en todos los países? Son puras invenciones de la televisión. Nadie por mi casa ha visto un muerto de esos.
Un amigo me comentó que un albañil que trabaja en una obra cerca de su casa, le dijo lo mismo: es un invento del Gobierno. ¿Del chino, del gringo, del español, del mexicano o de cuál?, le preguntó mi camarada. Pues de todos, le respondió convencido el laborioso obrero.
Al empezar los primeros días de la pandemia, un contingente de maestros de la CNTE en Chiapas acampó en el Zócalo de la Ciudad de México (pocos días después lo levantarían). El reportero de la televisión le preguntó a uno de ellos: ¿no teme contagiarse con el virus entre tantas personas? No, señor, a mí se me hace que esa es una invención del Gobierno.
¿Habrá mucha gente en otros países que piensen lo mismo?
López Gatell dice que en la tercera fase de la pandemia en México alrededor del 55 por ciento ha acatado los llamados a quedarse en casa. El 45 por ciento, no. Bueno, pues, entre este porcentaje hay una cantidad considerable que no obedece las recomendaciones del Gobierno porque cree que el Covid-19 es una patraña. Aunque también muchos, muchísimos de ellos no creen y además no pueden quedarse en casa, como los tres personajes mazatlecos que mencioné, porque si no su hogar se queda sin sustento. ¿Será que no quieren creer porque su necesidad necita una poderosa justificación, así sea, en apariencia, inconsciente?
A pesar de lo anterior, en el puerto la pandemia no ha desatado su furia como podría esperarse a estas alturas. Es decir, por la movilidad callejera que se observa, sobre todo en los barrios proletarios, podría pronosticarse un contagio mucho mayor, pero esto no ha sucedido ( y esperemos que no suceda). Incluso, los pocos gringos que aún permanecen en el puerto, en plena Fase 3, han agarrado confianza y varios de ellos salen todos los días a tomar café a alguna de las cafeterías que permanecen abiertas. En la única que ofrece servicios en Olas Altas, cuando se inicia el crepúsculo, grupos de seis, ocho, 10 de ellos al mismo tiempo, departen alegremente saboreando la deliciosa bebida.
Es decir, tanto las mentalidades mágicas de muchos mexicanos, como las mentes racionales, pero hedonistas y celosas de sus libertades individuales de los gringos y canadienses, han decidido no disciplinarse a las estrictas normas que demanda una pandemia.
Nos hemos enterado cómo el 30 de abril prácticamente se levantó el confinamiento en numerosos estados de la Unión Americana, tanto por exigencias de los ciudadanos que apelan a sus libertades como por poderosos argumentos de orden económico del Gobierno federal, así como de empresarios y empleados.
El pensamiento mágico, como también el festivo y valemadrista como el que se vio en Culiacán y otras ciudades del País el Día del Niño, de miles de mexicanos, y el racional-individualista de millones de estadounidenses, a final de cuentas, resultan en lo mismo: rompimiento del orden sanitario en los momentos de máximo riesgo.
Todas las experiencias nacionales de esta pandemia nos dicen que si el recogimiento en casa no se cumple estrictamente porque hay importantes núcleos que lo violan, la crisis se profundiza y se prolonga. Esto es lo que podría suceder en gran parte de Estados Unidos y México, y más particularmente en Sinaloa.
Las dos próximas semanas, nos han dicho los expertos mexicanos, aumentarán sustancialmente los casos de contagio y muerte; pero si las cifras no son proporcionalmente equivalentes a las que conocemos de Italia, España, Estados Unidos o Bélgica, para señalar tan solo cuatro casos relevantes, eso querrá decir que en México no se ha conducido tan mal la epidemia; o tendremos que empezar a buscar explicaciones científicas, tanto biológicas como sociales, para analizar porque, a pesar de tanta desobediencia, desmadre, carencias de equipamiento médico y errores gubernamentales, las cosas no se han agravado a niveles pronosticados.
Y, como dice mi colega Jesús Rojas en su columna de ayer. “Y falta el 10 de mayo”. ¡Dios nos agarre confesados, porque los mexicanos que creen que amar a la madre es regarle un pastel o llevarla a comer a un restaurante, en lugar de cuidarla, suman legiones!
Posdata. ¡Qué bueno que Muñoz Ledo, Germán Martínez y otros integrantes de Morena le han dicho no a los intentos de un renovado hiperpresidencialismo!