Parecerá que estamos patinando sobre un mismo tema, pero el apostolado que ejerce un maestro es rico en matices por lo que admite diversos abordajes y acercamientos. Hoy nos detendremos en el enorme influjo que tiene el maestro sobre el alumno y cómo debe enfocarse en enseñarle a pensar, más que en seducirlo con sus propios contenidos o doctrinas.
Con la finalidad de ser más explícitos, nos limitaremos a citar los comentarios que ilustres maestros han expresado de sus no menos eximios mentores, comenzando por los comentarios de Javier Muguerza sobre Antonio Rodríguez Huéscar, quien –como subrayamos- fue, a su vez, discípulo de José Ortega y Gasset:
“Tal como lo recuerdo, era un profesor sobrio y poco dado a apostolados ni proselitismos, con conciencia sin duda del absurdo de ‘enseñar filosofía’ y un tanto escéptico acerca de la buena disposición de sus estudiantes para ‘aprender a filosofar’. En consecuencia, se limitaba a mostrar honestamente lo que era para él el ‘ejercicio’ de la filosofía y, a partir de ahí, dejaba en absoluta libertad a su auditorio. Pero dado que ni lo uno ni lo otro era demasiado común en la enseñanza de filosofía de aquellos años, el impacto de una actitud como la de Rodríguez Huéscar podía llegar a ser muy grande. En mi caso lo fue sin duda alguna, cosa que me complace reconocer una vez más”.
El extinto maestro venezolano, Eduardo Vásquez, expresó: “Un hombre adoctrinado es un mutilado. La universidad no adoctrina, sino que enseña a pensar. Si hay libertad, es imposible que un estudiante se someta a lo que diga un profesor. En el adoctrinamiento sólo se tiene acceso a una línea de ideas y no existe la posibilidad de discutir. Es empobrecimiento intelectual y destrucción del pensamiento”.
¿Enseño a pensar?