Ser dueño de una empresa no es simplemente tener acciones o tomar decisiones operativas. Es ejercer la Dueñez, ese rol superior que pocos entienden y menos aún dominan. Un verdadero dueño estratégico no es el que más trabaja, sino el que mejor elige qué batallas pelear. Y en los negocios, la dispersión es la antesala de la irrelevancia.
Piensa en todas las empresas que empezaron con una ventaja clara y la diluyeron en un mar de proyectos irrelevantes. Empresas que conquistaron mercados y luego se traicionaron a sí mismas, incapaces de decir NO a lo que no suma. Eran negocios con potencial para dominar su sector, pero se fueron apagando, ahogados en la trampa de la diversificación mal entendida.
Un ejemplo claro de esta falta de enfoque estratégico es el caso de Altos Hornos de México (AHMSA). Fundada en 1942, AHMSA se convirtió en una de las principales productoras de acero en América Latina. Sin embargo, en su afán por diversificarse y expandirse, la empresa se involucró en proyectos y adquisiciones que desviaron su atención de su negocio principal. Esta dispersión, sumada a problemas de corrupción y una deuda creciente que alcanzó los 5 mil millones de dólares, llevó a AHMSA a una crisis financiera insostenible. En noviembre de 2024, un juzgado en Ciudad de México declaró su quiebra, marcando el fin de una era para la industria siderúrgica mexicana.
Este caso demuestra que incluso las empresas más sólidas pueden sucumbir si pierden su enfoque. La diversificación sin una planificación adecuada y la falta de concentración en las competencias centrales pueden ser letales.
En contraste, miremos otro caso. Bimbo, una de las empresas más icónicas de América Latina, pudo haber caído en la trampa de la dispersión, pero entendió la lección de crecer sin perder el enfoque. Su concentración estratégica ha sido brutal. Han expandido su portafolio, pero siempre dentro de su área de dominio: panificación y alimentos afines. Han resistido la tentación de entrar en mercados donde no tienen ventaja competitiva. Por eso siguen liderando.
Un dueño que no concentra sus esfuerzos condena a su empresa a la mediocridad. El peor enemigo empresarial es la falta de claridad sobre qué hacer y, sobre todo, qué dejar de hacer.
Cada día, como empresarios nos enfrentamos a un millón de opciones. ¿Expandirnos a un nuevo mercado? ¿Lanzar otro producto? ¿Abrir una nueva línea de negocio? ¿Invertir en tecnología? Pero lo que realmente debemos preguntarnos siempre es ¿esto fortalece o debilita nuestra posición estratégica?
El problema es que muchos empresarios se sienten más cómodos con la acción que con la reflexión. Se convencen de que más movimiento es igual a más progreso, cuando en realidad, en los negocios, el movimiento sin dirección es simple desperdicio.
Ejercer nuestro rol como dueño no implica ser el más ocupado, sino el más efectivo. No es estar en cada junta, sino asegurarnos de que las juntas sean sobre lo realmente importante. No es perseguir cada oportunidad, sino construir un negocio tan sólido que las oportunidades vengan a nosotros.
La diferencia entre un empresario común y uno estratégico está en la capacidad de decir NO. De ignorar lo que no contribuye a la creación de valor. De resistir la tentación de hacer “un poco de todo” y, en cambio, hacer solo lo que importa, pero hacerlo mejor que nadie.
Hoy, en este preciso momento, hay algo en tu empresa que deberías eliminar. Un mercado que no deberías estar atendiendo. Un servicio que te quita más de lo que te da. Un proyecto que nació de la emoción y no de la estrategia. Algo que debilita en lugar de fortalecer.
Si no tomas el control y defines tu rumbo, no importará cuánto trabajes ni cuántos proyectos inicies: el caos te consumirá. En los negocios, como en la vida, o diriges tu energía con precisión o te conviertes en víctima de tu propia dispersión.
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“Dueñez®” es una marca registrada por Carlos A. Dumois.