En Sinaloa todos estamos desaparecidos. Urge visibilizarnos al lado de las víctimas
Esa enorme silla vacía que se colocó el 3 de septiembre en el centro de Culiacán dio cuenta del también inmenso sufrimiento de miles de familias afectadas en Sinaloa por el delito de desaparición forzada de personas, un suplicio avivado por el desamparo de órganos jurisdiccionales y aparatos de gobierno cuya inacción es más grande que el asiento monumental desde el cual reina la impunidad. Y el espejo incluido en la instalación efectuada en la plaza Álvaro Obregón pretendió que nos viéramos como parte de un drama que nos alcanza a todos.
Tenemos que dejar de soslayar la atrocidad de los 9 mil 72 sinaloenses desaparecidos, los 4 mil 852 que siguen sin ser localizados y los 878 encontrados sin vida, según los reportes de la Secretaría de Gobernación que comprenden desde la década de los sesentas a abril de 2021. Para quienes adelanten la evasiva de que esto ocurría solamente en el pasado, en Sinaloa habían sucedido 981 casos y ubicado 151 fosas clandestinas con 253 cadáveres desde diciembre de 2018 cuando inició el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a la fecha de corte mencionada.
Por cada prójimo desaparecido se le agrega negrura a la gruta de ingobernabilidad en la cual nos perdemos poco como individuos o como sociedad. El mayúsculo extravío que nos hace ir a ciegas, sordos y mudos, a pesar de que palpamos el dolor de las madres, padres, hermanos e hijos que se quedan con el fuego de incertidumbre quemándoles el alma. Nada hay peor que no poder abrazar de nuevo a los que se fueron o en el único reducto de la desesperanza estar impedidos a ofrecerles el último adiós.
Pero hay algo que brilla en esta eterna noche triste, la misma que abriga el ritual tenebroso de la injusticia. Mientras la sociedad sinaloense mira de reojo el heroico trabajo de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos, el mundo fija la mirada en este movimiento cuya resistencia al dominio y crueldad del crimen organizado da mucho de qué hablar, investigar y apoyar para resarcir, o mejor dicho forzar, la intervención jurídica y sensitiva del gobierno en sus distintos niveles.
La semana pasada, a raíz de que el 30 de agosto es el día dedicado a remarcar la exigencia de justicia en los casos de desapariciones forzadas, se realizaron diferentes actividades en Sinaloa que le dan forma a un consistente activismo cívico tendiente a visibilizar a las víctimas y exhibir la dura apatía gubernamental que en vez de ir junto con las familias afectadas parece ponerse del lado de delincuentes empoderados por aparatos públicos desidiosos.
En contraste con el creciente dolor e impotencia de aquellos que cada día que pasa escalan en el nivel de desesperación por no encontrar a los suyos, el Estado remonta en la capacidad de abandono a estos grupos que demandan justicia, casi al grado de implorarla. La guerra habitual, desventajosa, de quienes buscan con vida a los seres queridos, contra los gatilleros del narcotráfico que quien sabe con qué ignominiosas intenciones decidieron llevárselos y hacer como si se los tragara la tierra.
Vale resaltar las acciones respaldadas por organizaciones como Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Trasnacional y el Fondo Resiliencia que se suman a esfuerzos realizados en el contexto local como los del Taller de Gráfica Popular Juan Panadero e Iniciativa Sinaloa. Otros ejemplos de que en torno a esta causa se aglutina cada vez más solidaridad son el testimonial “Desaparecido es un lugar: paisajes e historias de quienes #TodaviaFaltan”, de la periodista Daniela Rea, que abre la lente ciudadana más allá de lo local y lo nacional, de la misma forma que el realizador sinaloense José María Espinosa de los Monteros presenta la película-documental “Te nombré en silencio” mostrando enormes recursos cinematográficos para narrar la crudeza de un tema donde todos somos protagonistas.
Todo esto constituye el hilo rojo amarrado en el dedo índice para recordarnos que el creciente fenómeno de personas que se evaporizan en las brumas de violencia e impunidad requiere que abandonemos la mentalidad social donde cada quien se moviliza hasta que es víctima y el gobierno por su parte necesita de la presión internacional para despertar del eterno sueño negligente. Acciones de bastante valentía y fuerza moral que se traduzcan en manos solidarias, palabras adherentes y abrazos reconfortantes en quienes más lo necesitan, los que mucho lo esperan.
Las Rastreadores en el norte de Sinaloa, las Sabuesos Guerreras en el centro y Tesoros Perdidos en el sur, requieren de bastante presencia de autoridad como anticipación a los riesgos que enfrentan al buscar a los desaparecidos en terrenos donde el crimen organizado insiste en sellar fosas clandestinas en ese exceso de barbarie que recalca el desgobierno. De igual forma necesitan de la suficiente sociedad que acompañe la jornada diaria por restablecer para ellas la luz de la justicia, albor que acabe con la sombra de la violencia que se posa sobre la tierra que intenta secar el doceavo río, que es el de la sangre inocente.
Cómo falta un pueblo unido,
Más la justicia con sus destellos,
Para buscarlos a todos ellos,
Y los sueños que hubieran sido.
Y mientras en Sinaloa se movilizaban las madres que buscan a sus hijos y recibían el apoyo de organizaciones no gubernamentales internacionales y locales, el Presidente Andrés Manuel López Obrador afirmaba en su tercer informe que en México ya no son violados los derechos humanos ni se tolera la impunidad. ¿Qué son entonces esta incesante búsqueda de personas que brutalmente fueron arrancados del seno familiar, y el hecho de que en México sólo haya 35 sentencias por el delito de desaparición forzada?