"En la CFE, Bartlett vuelve a jugar rudo. Igual que antes, hace el trabajo sucio"
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Manuel Bartlett Díaz no solamente está cumpliendo la faena que le corresponde en la Cuarta Transformación que lidera Andrés Manuel López Obrador sino también defiende sus dominios, igual que el cocodrilo pelea por su reinado en los pantanos, al retomar tareas que durante 50 años han sido la especialidad de la casa. Al burlarse de los mexicanos que exigen que la Comisión Federal de Electricidad ajuste los cobros a la dura realidad que vive México debido a la crisis sanitaria por coronavirus, lo que hace es desempolvar la función del palaciego genio tenebroso.
De piel gruesa frente a la crítica social, garras que atrapan cuanta canonjía se le ponga al alcance, y colmillos políticos que nadie tiene en el régimen amloísta, es su naturaleza ser el villano favorito de gobiernos que necesitan de aves del mal para realizar la expropiación de las carroñas de ayer y utilizarlas como carnada fresca que atrae poder, dinero y negocios.
La esencia de Bartlett es la intriga palaciega y al nadar ahora a sus anchas en nuevas cloacas tan podridas como las de siempre, vende caros sus servicios a la 4T y lo hace con la botarga de mandamás de la CFE. Codearse con los integrantes del Gabinete y con el Presidente mismo es el mejor pago que puede recibir y desde esa posición obtiene más que cualquier retribución económica que el desempeño del cargo pueda dejarle.
En lo personal le es indiferente ser tratado en la conversación pública como el vil gerente de la CFE que les asesta golpes a la economía de las familias que cada día amanecen más empobrecidas por los efectos de la enfermedad Covid-19, a los changarros o miniempresas que carecen hasta para pagar las nóminas. No le quita el sueño la ocupación de medio tiempo para aconsejar tácticas de infamias contra aquellos que son tildados como enemigos de la 4T, como la embestida que se armó contra la valiente periodista mexicana Carmen Aristegui.
Es uno de esos políticos sin rienda que acuden a la maquinación palaciega igual que el cerdo sin chiquero va al excremento, y que jamás tal adicción deja. Desde que en 1988 consumó la “caída del sistema” para perpetrar el fraude electoral que colocó a Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia de México sin que el sufragio lo decidiera así, registra una estela de agravios a la Nación y del mismo tamaño es la cauda de impunidad que arrastra.
Ya tiene callos en eso de la corrupción o de mofarse de los mexicanos. Fue director de la Secretaría de Gobernación cuando ocurrió la represión estudiantil de 1971 conocida como “el halconazo”, ha sido dos veces Secretario de Estado, Gobernador de Puebla, Senador y al paso por esas posiciones del servicio público acumuló fortuna y relaciones fincadas en el miedo que arredró a sus adversarios.
En la actualidad continúa lucrando con ese temor a que revele expedientes que guardó respecto albañal inmutable de la política a la mexicana. De pronto sorprendió con su integración al equipo de gobierno de López Obrador y la vieja sentina comenzó a desbordar de nuevo ahogando la confianza y credibilidad del Presidente. El más reciente escándalo asociado a la narrativa de casi medio siglo de abusos y la correspondiente complicidad se concretó cuando su hijo, León Manuel Bartlett, lucró con la emergencia del Covid-19 al venderle al IMSS con sobreprecio lotes de ventiladores respiratorios.
Por esas y muchas otras razones a Manuel Bartlett le vale un comino que las familias o pequeños empresarios lo asocien con la flemática rapacidad que muestra la CFE en la situación de pandemia, incrementando los cobros mientras posiciona el discurso hipócrita de apoyo a las familias y negocios arruinados por el coronavirus. Hogares en el dilema de comer o pagar el recibo de la luz y emprendedores que se juegan la única oportunidad de crear un patrimonio, son lo que menos le preocupa al gran confabulador de infortunios.
Y ahí va, como si nada, sobre las alfombras de intocabilidad que le tienden aquellos que caen en las madrigueras de chantaje y tentación del poder al precio que sea. No lo incomoda el Presidente con la investigación y castigo que los mexicanos reclaman a gritos; tampoco lo perturba el Congreso de la Unión con la obligada comparecencia donde explique por qué las tarifas de la CFE electrocutan la ilusión de que la federación les tienda la mano a millones que ahora sí lo necesitan.
Sigue siendo Bartlett tan poderoso como la justicia omisa o los presidentes solapadores se lo han permitido. Un manto de silencio lo cubre desde aquella noche trágica del 6 de julio de 1988 cuando tumbó el sistema de resultados electorales. Desde que un agente antinarcóticos de Estados Unidos lo incriminó en la muerte del periodista Manuel Buendía, en mayo de 1984. Desde que camuflado en la CFE, cargo que le otorgó AMLO en julio de 2018, hace funciones del moderno Joseph Fouché de la 4T.
Reverso
Pasaremos de la felicidad,
A un estado de locura,
Si Manuel Bartlett nos tortura,
Con descargas de electricidad.
Cortocircuito
El Senador Mario Zamora Gastélum empuña la bandera que blanden todos los priistas en la Cámara Alta para que la Comisión Federal de Electricidad instrumente un plan emergente en el cual aplace por dos bimestres el cobro del servicio y difiera sin intereses el pago en parcialidades de las tarifas que se acumulen. En sus redes sociales el mochiteco ha recibido una gran cantidad de evidencias sobre la desmedida indolencia de la CFE con diferencias de entre 50 por ciento y 300 por ciento en relación a lo que facturó en el mismo mes de un año a otro. Se trata de una sobrecarga de engaños donde López Obrador repite que el costo de la electricidad bajó y los elevados recibos que emite la paraestatal causan chispas de coraje en los hogares.