En el centenario de Ricardo Garibay

Alejandro De la Garza

    @Aladelagarza / SinEmbargo.MX

    El sino del escorpión se suma desde aquí a la celebración del centenario del nacimiento de Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 18 de enero de 1923 – Cuernavaca, Morelos, 3 de mayo de 1999), consistente en una serie de conferencias y mesas redondas a cargo de la UNAM, el INBA y la Universidad Autónoma de Hidalgo, con la participación de autores y expertos en la obra de Garibay, como la escritora y periodista Josefina Estrada -su muy diestra antologadora y amiga cercana- y el escritor Agustín Ramos, estudioso serio de la obra del hidalguense y uno de nuestros autores más importantes nacido también, como Garibay, en mero Tulancingo. El alacrán evoca aquí a grandes rasgos un perfil de Garibay y recobra sus encuentros con el controvertido, intenso y prolífico autor y periodista.

    Con una disculpa al lector por el nada elegante pecado de la auto cita, el venenoso recuerda su columna titulada “El periodista y el Presidente”, donde narró aquí, hace poco más de un año, la curiosa y bipolar relación entre Ricardo Garibay y Gustavo Díaz Ordaz, luego de que el periodista lanzara duras críticas al mandatario desde su tribuna del viejo Excélsior de Julio Scherer. El encuentro entre ambos sacudió a Garibay y fue el inicio de una contradictoria amistad que, con reservas, distancia y críticas de por medio, incluyó un estipendio para el escritor durante un par de años. Pero ese antecedente, narrado por el propio Garibay con lujo de detalle y revelador de las relaciones entre la prensa y el poder durante muchos años, es apenas un dato menor en la compleja, intensa y esforzada vida del escritor.

    El alacrán tuvo oportunidad de entrevistar a Garibay hacia 1985, para un programa de la televisión pública. El escritor estaba en su esplendor, había editado ya media docena de sus novelas y otros tantos volúmenes de cuentos, además de haber ganado bastante dinero con su historia para la película El Milusos (“gané más con esa película que con mis libros”, se quejaría después). Era, además, el reconocido autor de las crónicas Las glorias de El Gran Púas, sobre el boxeador Rubén Olivares, y De lujo y Hambre, donde retrata sin miramientos al puerto de Acapulco; el afamado columnista de “Lo que ve el que vive”, su tribuna semanal en el combativo periódico Excélsior saboteado y golpeado por el Presidente Echeverría en 1976; era, entonces, ese Ricardo Garibay soberbio y altanero de quien algún crítico escribió una nota titulada, cual corrido mexicano, “Traigo mi prosa al cinto y con ella doy consejos”.

    Antes de este clímax de su carrera como autor, Garibay había sido actor de gran vena en el teatro experimental del INBA y en algunas películas (“Tanto teatro para hacer cine”, le hostigó Octavio Paz), excepcional guionista cinematográfico, locutor y comediante radiofónico en la XEB, cómico de la legua en una compañía itinerante junto a David Reynoso y Eleazar García El Chelelo (en una de esas giras norteñas vio el inmueble ruinoso que inspiraría su novela La casa que arde de noche), billarista gozoso y experto, practicante del box, sparring, fisiculturista, modelo de la Academia de San Carlos, becario de El Colegio de México, Inspector de Mercados del gobierno capitalino, luego de Restaurantes, después de burdeles de lujo y cabarés y aun funcionario de diversas secretarías.

    Tras haber dejado los estudios de Leyes y de Filología, ya casado y con tres hijas, sobrevivía apenas de publicar en suplementos periodísticos y revistas literarias, de dar conferencias y participar en mesas redondas sobre cualquier tema, cuando en 1952 logró la beca del Centro Mexicano de Escritores y, con ella, un respiro a los apremios económicos. Estuvo ahí junto a Rulfo, Arreola, la recién fallecida Luisa Josefina Hernández y Alí Chumacero. Acaso ahí mismo comenzó su aversión a los grupos y cofradías de la literatura mexicana. Siempre habló mal de Carlos Fuentes y sobre Rulfo dijo que era un escritor “estreñido que sólo escribió dos libros folclóricos”. Se alejó entonces de los medios literarios y volvió a los trabajos diversos de burócrata. En 1953 fue jefe de prensa de las Secretarías de Comunicaciones y de Educación Pública hasta lograr por fin ubicarse como creador y adaptador de historias cinematográficas, lo cual le permitió obtener los siempre urgentes recursos económicos.

    El alacrán no se sorprendió cuando Garibay habló sobre el problema psicológico que le impidió escribir literatura durante una década, de 1955 a 1965. Su infancia difícil, la violenta relación con el padre, el disgusto general con el mundo y con la vida que impulsaba al niño Ricardo a hacer berrinches y tener violentos ataques infantiles definidos por él mismo como “la pataleta”, ayudan a entender ese bloqueo literario que sólo rompió diez años después, al relatar la muerte de su padre en su célebre primera novela Beber un cáliz, ganadora del Premio Mazatlán en 1965. De ahí en adelante no paró de escribir, alejado de círculos literarios y son importarle nada más que “la soberbia ante los demás y la humildad ante la escritura”.

    El escorpión fue lector asiduo de Garibay desde aquel Excélsior y aprendió mucho de crónica periodística en sus textos intensos y potentes. Finalmente, pudo reencontrarlo para otra entrevista televisiva en 1997, en la casa del escritor en Cuernavaca. Garibay, de 75 años, no era el mismo. Había llegado, acaso con el éxito, la edad y el entendimiento de que nunca se llega a dominar totalmente la escritura y el lenguaje (según confesó ahí mismo), a una suerte de estado Zen, a un equilibrio vital envidiable con el mundo y con su propia vida. Garibay fallecería apenas año y medio después, en 1999, dejándonos el valioso legado de una prosa intensa y potente, de la inigualable fuerza emocional con la que sus relatos tocan y conmueven al lector, además de una amplia obra periodística de lectura imprescindible, dicho sin retórica, para cualquiera que quiera dedicarse a este oficio. Compruébelo el lector en la muy completa antología de Garibay, lograda por Josefina Estrada para la editorial Cal y Arena en 2013. Celebremos la obra de Garibay leyéndolo, insiste el escorpión.