fernando@garciasais.mx
En un contexto de lamentable polarización, la enseñanza del Derecho pasa por un momento interesante. Cada vez en mayor medida, aumenta la velocidad y la profundidad de las críticas hacia el modelo mexicano tradicional (conservador), que ha privilegiado la memorización de leyes por encima de otros métodos más útiles que postulan la necesidad de entrenar a los estudiantes de manera integral con buenas dosis de economía, filosofía, contabilidad, en un contexto en el que el Derecho persigue como finalidad cerrar brechas entre ricos y pobres.
Quienes nos hemos dedicado al tema, podemos observar con facilidad dichos aspectos cuando platicamos con, o leemos un documento producido por, un abogado egresado de escuelas, públicas y privadas, que utilizaron alguno de esos modelos. Lo mismo pasa cuando leemos una resolución judicial o administrativa. La utilización del lenguaje barroco es un síntoma común de aquel modelo anacrónico en el que se emplean palabras o frases aparentemente sofisticadas pero ininteligibles y no se diga un poco pedantes.
El Derecho debe servir para resolver fricciones y problemas. Por supuesto que bien. No cualquier solución es adecuada. Por eso los juristas invierten en educación de calidad. Quien tenga mejores herramientas podrá tener un mejor panorama y aportar mejores ideas. Una educación acrítica (principalmente memorista) y endogámica (sin acudir a fuentes de derecho comparado) garantiza la frustración y quizá es el preámbulo de malas prácticas futuras.
El maratón lo gana quien se entrena mejor y, además, se enfoca en así hacerlo. La carrera del abogado es igual. El egresado de una escuela, si se quiere de las mejores, puede a pesar de su buen entrenamiento no tener las ganas (pasión) y, por ende, no gana la carrera, esa que inicia al titularse. Y de manera similar, quien escogió una universidad, incluso patito, puede ganar la carrera si el ímpetu es el adecuado.
¿Qué universidad elegir entonces? La respuesta no se antoja sencilla. Sin conocer las capacidades económicas, la situación familiar y otros elementos contextuales del candidato, sin duda habría que elegir entre las que están mejor posicionadas en las diversas encuestas serias que se hacen regularmente. Un elemento a valorar es revisar el perfil de los egresados: qué hacen, dónde están, qué rol desempeñan en su comunidad. Si la escuela en cuestión no produce talento será notorio. Siempre hay excepciones, pero casi siempre también son debido al individuo en cuestión. El que es perico donde quiera es verde.
Otro indicador es revisar el plantel de profesores con rigurosidad. ¿Qué implicaciones sustantivas tienen los investigadores de tiempo completo en el desarrollo de la ciencia jurídica? ¿Los profesores de asignatura son exitosos en el campo de batalla? ¿Publican, investigan? ¿Sus estudios son referencia?
Hay otros elementos muy relevantes: ¿Qué porcentaje de los alumnos regresa a la escuela tras los primeros exámenes semestrales o anuales? ¿Cuántos estudiantes se alcanzan a titular? ¿Cuánto cuesta la colegiatura? ¿Cuánto ganan los egresados de esa escuela?
Las escuelas deberían publicar, como lo hacen en Estados Unidos, dichas estadísticas. Allá es el U.S. Department of Education quien transparenta en el https://collegescorecard.ed.gov/ todo ese conjunto de información útil para permitir la toma de una decisión que es de las más importantes para los jóvenes. El sistema contiene muy buena información de cualquier carrera.
Ojalá en México y en los estados alguien con un interés genuino en que haya más talento comience a diseñar instrumentos como el referido. La elección de una universidad, la mayoría de las veces, es una decisión única. No se vuelve a tomar nunca. El reloj biológico y las necesidades personales y familiares lo impiden. Espero que esa decisión que se tome sea para todos siempre la mejor. La sociedad en su conjunto se beneficia al tener mejores egresados que impactarán positivamente a sus comunidades.