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En 2019 hubo una reforma laboral que prometía mucho, era la gran apuesta legislativa por “justicia laboral y libertad sindical”. Los cambios contemplaban modificaciones a la Ley Federal de Trabajo, la defensoría pública, Infonavit, Seguro social entre otras.
Quiero enfocarme en la parte de la reforma que contemplaba a los sindicatos, esas instituciones tan importantes en la representación de los derechos de los trabajadores, la mediación y solución de conflictos entre empleados y patrones. Se nos anunció como una reforma de “avanzada”, que vendría a poner fin a las prácticas abusivas y antidemocráticas comunes en el sindicalismo mexicano.
Se trataba de una reforma que obligaría a las federaciones, confederaciones y sindicatos mexicanos a tener procesos de elección de sus líderes mediante voto personal, secreto, directo y libre. Es decir, se abriría según lo legislado, una nueva era en la tan anhelada democracia sindical.
Pero los vicios de la cultura política mexicana, del arraigado arquetipo del sindicalismo charro que formó, o más bien deformó a los líderes sindicales de nuestro país, no cambiaría por decreto. La nueva legislación garantiza elecciones en los sindicatos, pero las elecciones no garantizan democracia per se.
Eso se advertía y eso se cumplió. La cultura política se define en términos de Sidney Verba y Lucian W. Pye como “un sistema de creencias empíricas, símbolos expresivos y valores”, todo esto expresado en el conocimiento de los individuos sobre la política, los sentimientos de afecto o rechazo hacia las instituciones públicas y las opiniones respecto a los objetos de la política.
Hablar de democracia sindical era en términos de cultura política mexicana una contradicción hasta biológica. Porque la naturaleza misma de estas instituciones en nuestro país dista mucho de los ideales y valores de la cultura política democrática y ejemplos tenemos para llenar las 52 planas de este periódico.
Por eso no sorprende a nadie lo sucedido en las elecciones para elegir al líder de la burocracia sinaloense en el STASE. La violencia, las amenazas, las denuncias, el robo de urnas y la intromisión de funcionarios representantes de la parte patronal, entre muchas otras. ¿Qué podíamos esperar? ¿La civilidad de una elección sindical como en Suecia?
Y lo mismo se espera para la elección en puerta del Sindicato de Trabajadores de la Educación, ya hay denuncias y señalamientos. Que por un mal entendido respecto a la “autonomía” sindical, la autoridad hace como que no ve.
En el caso del STASE, Quirino Ordaz fue tibio, permitió la violencia entre sus subordinados, no puso los elementales límites de autoridad y en ello se puso también en riesgo a los usuarios de los servicios públicos o administrativos, los ciudadanos que no tienen que pasar por las penas de procesos internos que salpican y detienen el funcionamiento de la administración pública.
El camino para la verdadera democracia sindical todavía tiene grandes retos, y estos deben acompañarse de legislación que obligue a transparentar el uso de los recursos que los afiliados aportan. Al dejar clara cuál es la relación de los sindicatos con la autoridad y que no existan casos de enriquecimiento inexplicable entre aquellos que dicen defender a los trabajadores creando millonarias fortunas en los cargos.
Nombres de líderes sindicales con fortunas inexplicables también llenan una plana de este periódico.
Los sindicatos en México tienen una herencia de corrupción, abuso e impunidad que dista mucho de los ideales que los viera nacer en la época de la Revolución Industrial en Inglaterra. Cuando los trabajadores se organizaron legítimamente para la defensa de sus derechos ante los abusos patronales. En nuestra deformación mexicana, en la triste realidad del asalariado, además del abuso patronal está el de aquellos que dicen defenderlos. Luego le seguimos...