El viaje que representa un Año Nuevo

EL OCTAVO DÍA
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    La dicha llega de manera inesperada y secreta. La cosa es saber desviarse - a veces un poquito-, del camino trazado de la vida para encontrarnos con ella. Vivir un año es un viaje estático, y a la vez constante, donde es necesario saber gozar cada uno de los dones que nos presenta el milagro de la existencia. ¡Feliz Año Nuevo!

    Tengo un amigo que por extrañas razones siempre viaja en autobús durante la velada de Año Nuevo. Desde hace casi 40 años lo hace y estoy seguro de que este año no será la excepción.

    Debo aclarar que es una persona seria y normal, con una existencia sensata; no es alguien extravagante que se suba en esa fecha a los camiones por puro gusto, ni tampoco un desquiciado errando en su confusa existencia. Es muy respetado en su profesión.

    Por lo que entiendo, suele visitar a su familia en Jalisco, quienes por razones muy propias no festejan ni se reúnen la noche del 31 y él mejor se regresa a Mazatlán ese mismo día, después de haber pasado con ellos unas jornadas muy navideñas.

    El caso es que siempre le toca recibir la nueva cifra del tiempo en un camión atiborrado de desconocidos, tiritando de frío, en medio de la carretera y el escándalo de los tráileres.

    Ante esta circunstancia, mi curiosidad de escritor latió y le pregunté sobre la manera en que reaccionaba la gente en medio de ese trance. ¿Se abrazan todos como en las películas? ¿Alguien dice un discurso? ¿El chofer detiene el camión en un paradero para que los pasajeros se den el abrazo y el trayecto concluya lleno de buenas energías?

    Mi amigo me comentó que la mayoría van de mala gana y sin ánimo de moverle al asunto. Son viajeros de emergencia o resignación. Personas que acudieron a ver un pariente accidentado o a un sepelio; alguien que se quedó varado en una ciudad o iba a cobrar un dinero y no le pagaron a tiempo, etc.

    Si acaso, los compañeros de asiento se dan la mano y conversan unos minutos, antes de volverse a sumir a sus respectivos silencios, pensando llenos de furia o de tristeza por la familia que dejaron postergada o que quizás nunca se atrevieron a formar. Lo demás es mutismo, incomodidad o indiferencia el resto del trayecto.

    Eso nos habla un poco del peso que le hemos dado a una celebración laica y natural, totalmente de origen cronológico, al parecer con vida propia al margen de la Navidad. Recuerdo que mis maestros miembros del partido comunista en la preparatoria se despedían diciendo “feliz año” y nunca “feliz Navidad” , entelequia creada por la iglesia enemiga y el todopoderoso capitalismo yanqui.

    Una vez leí en una crónica de la Revolución Mexicana que el Presidente Venustiano Carranza pasó la noche del Año Nuevo 1918 en el vagón presidencial del tren Olivo, en una velada literaria en que se leyó poesía y brindó con su gabinete de guerra, entonces muy activo.

    En la literatura universal, el testimonio más poderoso es el cuento “Los muertos”, publicado por el escritor irlandés James Joyce, dentro del libro “Dublineses”.

    Es el último texto del libro y más bien es una novela corta que narra una velada de Año Nuevo con una familia típica de principios del Siglo 20, incluyendo la abuela nostálgica, el tío borrachín, el primo exitoso que presume la nueva esposa guapa, etc, mientras afuera cae la nieve toda la noche.

    Pero el cuento oculta una secreta historia de amor trágica, que sale a flote cuando alguien canta una canción olvidada, y este relato sería para mí un equivalente a “La canción de Navidad” de Dickens, una pieza narrativa que le dio forma al concepto de Navidad.

    Si no fuera por el Año Nuevo y los cumpleaños, una gran cantidad de gente viviría en una pura inercia: sean ricos o con escasos recursos, jamás reflexionarían lo que es la vida y como la manejan. Solo hasta que tienen una enfermedad grave o se ven obligados a asistir a un funeral inician a auto cuestionarse. Una deriva del ser que solo se detiene al llegar las fechas del calendario religioso o, simplemente, comercial.

    Quisiera poner esto al centro de mi reflexión. No es sano dejar pasar doce meses para analizar hasta donde vivimos lo que otros quieren o nos hemos dejado llevar por una idea fija interior que nos lleva a un desajuste social y emocional. No soy psicólogo, pero he visto muchas cosas y una parte de la sociedad vive atrapada por puras fantasmagorías, como dicen los franceses.

    Vuelvo a mi peculiar amigo. Una ocasión única, el chofer de uno de estos aciagos transportes habló de repente con los pasajeros, mientras su compañero conducía. Esa fue la única noche digna de recordar.

    El operador pidió permiso para desviarse “unos tres kilómetros” para entrar al cercano pueblo donde su familia en esos momentos se celebraba la fiesta anual. Sería cosa de dar el abrazo y venirse... Ustedes comprenderán lo difícil que es pedir esto, pero se los hace alguien que pasa la mayor parte de su vida lejos de sus seres queridos.

    Así que aceptaron. De buena gana unos; de la otra manera el resto. El camión se metió por una terracería oscura llena de árboles y barrancas. De repente descendieron por un largo camino estrecho. Estaban por Nayarit entre los límites de Jalisco.

    Sucedió que la fiesta rugía en grande en el pueblo. El cacique del lugar era padre del operador y había cumplido 85 años un día antes. Varias mesas en la plaza principal, frente a la casa de la familia; la totalidad del pueblo invitado a la celebración; los fuegos artificiales y el tequila presente por todos lados.

    ¿Pero cómo que no se van a bajar los pasajeros? A ver, ahorita les vamos a servir un tamalito a cada quien. También tenemos birria y una cervecita helada para los señores que tengan antojo. Gracias por habernos dejado ver a nuestro hijo en esta fiesta.

    Y así aconteció ese peculiar Año Nuevo. El autobús se fue del pueblo a las once de la mañana del día siguiente. Cualquiera que fuesen los problemas de los pasajeros, en esa reunión familiar se olvidaron durante una madrugada.

    Ojalá así ocurra esta noche con todas las personas que nos hacen el honor de leernos. La dicha llega de manera inesperada y secreta. La cosa es saber desviarse - a veces un poquito-, del camino trazado de la vida para encontrarnos con ella.

    Vivir un año es un viaje estático, y a la vez constante, donde es necesario saber gozar cada uno de los dones que nos presenta el milagro de la existencia. ¡Feliz Año Nuevo!