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Sobran las razones para explicar que el día de hoy 15 de mayo celebramos un Día del Maestro en condiciones muy diferentes a las anteriores y en las que, debido a tan inesperadas circunstancias de nuestra nueva realidad, se suscitan también nuevas reflexiones y valoraciones sobre el rol social del docente ante la experiencia inevitable de una “nueva normalidad” como se le ha nombrado por el Gobierno federal ahora que se anunció el proceso para finalizar la cuarentena por la pandemia del Covid-19.
Abordar los temas sobre educación y docencia sin duda requieren de mucha mayor amplitud y especialización, sin embargo, me parece oportuno animar el análisis y la reflexión también en el ámbito de lo cotidiano, ciudadano y familiar, sobre todo de quienes hemos sido testigos del comportamiento histórico de nuestro sistema educativo y la condición social y profesional del docente en los últimos 30 años, décadas en las que pudimos constatar el gradual deterioro de la imagen pública de los maestros y de la infraestructura educativa.
Es por eso que me motiva en esta ocasión compartir la recomendación de una amena lectura sobre educación que leí hace ya casi 23 años del filósofo español y profesor de ética Fernando Savater titulada El valor de educar y que tiene, a pesar de los años, una renovada vigencia en estos días.
El texto incluye capítulos sobre el aprendizaje humano, los contenidos de la enseñanza, la familia, la disciplina, las humanidades y la educación en la universalidad; seis temas que adquieren una importancia específica en tanto se vuelve muy pertinente su revisión a partir del cúmulo de experiencias que ahora se viven y que necesariamente requieren de una reconsideración en las prioridades de nuestras vidas, que si bien no han dejado de estar presentes, en al menos los últimos 30 años no formaron parte precisamente de las preocupaciones primordiales en la gran mayoría de las familias en México.
Nada extraño que durante este periodo se haya deteriorado la educación pública y también denostado la figura de los maestros en nuestro País.
Es por ello que creo conveniente que hablemos del valor de educar como tema presente en la conversación de nuestra vida cotidiana. Como lo menciona Savater en su libro, en la necesidad del aprendizaje humano, desde la virtud humana solidaria y benevolente que nos hace conscientes de la realidad de nuestros semejantes y no de la inculcada en la ideología neoliberal, que nos hizo conscientes de nuestra realidad a partir de la comparación y competencia con los otros. De un aprendizaje que no sólo nos lleve a saber que somo humanos, sino que también logremos llegar a serlo.
En esta misma idea de lo humano, resignificar el aprendizaje en los contenidos de la enseñanza, aquellos que nos han permitido a través de la educación y la convivencia social, conseguir efectivamente ser humanos. Ponderar antes que el conocimiento científico, toda enseñanza orientada a la formación de una conciencia respetuosa de los valores morales, ético y cívicos que nos llevan al reconocimiento de lo humano por lo humano y no a cambio de lo humano.
Otro aspecto, muy a propósito de la convivencia familiar nunca antes experimentada como ahora en estos días de confinamiento por casi tres meses, nos permite dimensionar la importancia de la familia en la educación de los hijos, de asumir que los hijos, antes de ponerse en contacto con sus maestros, ya experimentaron ampliamente la influencia educativa de su entorno familiar y de su medio ambiente, y que de ello dependerá inevitablemente su formación frente al maestro.
Del polémico tema de la disciplina en la educación, que no es diferente ante la vida cotidiana y que se aprende también en la familia, así como de la importancia de reconocer que, en la educación formal, la pedagogía tiene mucho más de arte que de ciencia, que admite consejos y técnicas pero que nunca se domina más que por ejercicio mismo de cada día y la intuición de los maestros.
Savater muestra una especial y profética preocupación en torno a la paulatina desaparición de las materias de humanidades de los planes de estudios, sustituidas por especialidades técnicas y lenguajes financieros que privaron las generaciones del presente siglo de la visión histórica, literaria y filosófica, imprescindibles para el cabal desarrollo de la humanidad y que hoy determinan la calidad y los atributos de cultura en la que nos movemos.
Finalmente nos explica que educar es universalizar, acaso la utopía eterna del hombre y la mujer, de lograr construir una civilización humanizadora, para luego emprender la búsqueda de un nuevo conocimiento.
Sin duda son temas que deben ser asumidos y resignificados en familia y retomados por los padres, puesto que todo indica, que en el futuro inmediato la convivencia familiar no será muy distinta a la que ahora tenemos en medio de esta contingencia sanitaria hasta que se descubra una vacuna, lo cual es muy probable que tarde más tiempo del que estamos acostumbrados a estar en casa.
Pero mientras tanto, va un abrazo y eterno agradecimiento a todas y todos los maestros de México, particularmente a quien por virtud y fortuna de la vida me toco conocer y descubrir en ellos el valor de educar.
Hasta aquí mis comentarios, los espero en este espacio el próximo martes.