La historia de la humanidad ha estado marcada por los intentos de contener la barbarie. Diversos proyectos civilizatorios han intentado hacerlo: el evangelio, la ilustración y la democracia, por citar algunos.
Solo después de profundas crisis y violencia desatada es que la humanidad logra acuerdos trascendentes. Las guerras mundiales del Siglo 20 obligaron la articulación de un nuevo paradigma civilizatorio como respuesta al horror. Este proyecto civilizatorio nació de las cenizas de Auschwitz y se concibió en dos ejes: un órgano supranacional, la ONU -cuyo objetivo central es buscar la paz y seguridad internacionales- y la Declaración Universal de los Derechos Humanos por el que se reconoció por primera vez “la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.
Ese es el proyecto civilizatorio que está en crisis actualmente o que probablemente se encuentre en etapa terminal. Lo que se proyectó a mediados del Siglo 20 empieza a morir. Al mundo de hoy le queda muy lejos el horror de ambas guerras mundiales.
Tanto las normas internacionales, los mecanismos multilaterales y la dignidad humana quedan relegados ante otros intereses como el nacionalismo, el poder económico, los intereses políticos, la intolerancia en sus distintas manifestaciones (racismo, xenofobia, misoginia, clasismo, islamofobia, antisemitismo y un largo etcétera), y los Estados son cada vez más incapaces de resolver los problemas del mundo contemporáneo.
La lista de tensiones a punto de desbordarse es larga: calentamiento global, crecientes flujos de migrantes-refugiados, desigualdad y pobreza, un modelo económico voraz, devastación ecológica, incremento de conflictos, violencias desatadas, crisis de las democracias, entre otros. Todos estos fenómenos deben ser abordados desde lo multilateral, pero las instituciones se encuentran carentes de capacidades ante el poco compromiso de la comunidad internacional, particularmente de las grandes potencias.
Los escasos intentos por buscar la paz y seguridad internacional, así como la dignidad de todo ser humano, son voces en el desierto. Ante cada conflicto la salida siempre es la violencia. Ante el horror desatado en países como México, la respuesta es la violencia para contener la violencia. Ante el horror, más horror. No se contempla en el horizonte el derecho internacional, los derechos humanos ni los órganos multilaterales.
No son buenos tiempos para la contención de la barbarie. No solo gobiernos, sino importantes sectores sociales privilegian la fuerza bruta. Vendrán tiempos violentos, sí, más violentos. Allí está la historia.
El proyecto civilizatorio está en profunda crisis. Imposible saber qué vendrá después o qué tanta barbarie se requiere para sentarse de nuevo y concebir un futuro con garantes distintos de un proyecto civilizatorio que ponga frenos a la barbarie, por un tiempo. El Estado debe ser refundado, al igual que los órganos multilaterales y el modelo económico. Mientras tanto, seguirá el triunfo de la barbarie.