El tiempo perdido y un destino que nos alcanza

EL OCTAVO DÍA

    ¿Se acuerdan, amigos de la Generación X y Baby Boomers, cuando fueron al cine a ver Cuando el destino nos alcance? Esa estremecedora cinta de los 70 de un futuro contaminado, hacinado y sin alimentos, basada en la novela Soylent green, nos sacudió por su atroz metáfora del hambre mundial.

    Pues bien, el año actual de 2022 es aquel en que transcurre la película: felicidades por haberlo alcanzado.

    Más que hablar de hecatombes utópicas, nuestro deseo es recordar simbólicas efemérides literarias de este nuevo ciclo solar.

    Aunque es hasta el año 2025 que se cumplirá el primer centenario de esa obra maestra de la novela breve que es El gran Gatsby, la historia transcurre en el verano de 1922, así ya que podemos ir festejando dicho aniversario y nuestros nuevos años 20.

    Esa novela es un clásico por una prosa suave, fina y su visión de los locos años 20. Nada que ver con la película de Leo Di Caprio.

    La portada de la primera edición era tan fea que Hemingway contaba que tuvo que removerla para leerla. Hoy las editoriales vigilan con gran celo qué debe de ir o no en la cubierta de todo volumen.

    Scott Fitzgerald decía que la culpa era de él porque le parecía necesaria por un anuncio peculiar de un optometrista que se menciona en la novela.

    Pero la carta fuerte es el centenario de las grandes novelas En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y Ulysses, de James Joyce.

    No deja de sorprender que esas obras fundacionales se escribieron empezando el siglo, dejaron huella en todos los escritores y no han sido superados.

    Ulysses es experimental y difícil: toda la historia ocurre en un solo día, donde un ciudadano común, Leopold Bloom, vive más cosas trágicas que el héroe Ulises en la Odisea, de Homero.

    Un descenso a los infiernos en la historia es cuando el personaje tiene que ir a efectuar una compleja necesidad fisiológica en un ruidoso baño de un sitio público. Es el debut del gabinete sanitario en la literatura.

    El autor se da el lujo de usar diferentes estilos y confirmar que, aunque no todos fuimos a la guerra de Troya, vivimos un drama similar, a veces, en el puro día a día moderno.

    En cambio, la novela de Proust es muy convencional, larga, dividida en varias novelas y todo es evocación de su infancia y cómo su vida se marcó por eso.

    Confieso que soy más de devoto de todo lo que tenga que ver con Marcel Proust. Antes no me gustaba su mundo de desayunos en el campo, duquesas de abanico de encaje y salones de Saint Germain.

    Proust fue pionero en eso de “lo que se ve no se pregunta”, pero nunca tuvo la estridencia de su homólogo inglés Oscar Wilde, quien acabó preso y sin familia por salir del clóset, muriendo abandonado en un hotel de París, en 1900.

    Hay raza militante hoy que le reclama a Proust no haberse pronunciado: por ahí leí que no lo hizo por respeto a su hermano, médico de ricos que había heredado la clientela del padre en París, a quien un escándalo de su hermano disoluto hubiera mandado a la ruina.

    Aparte, Proust apreciaba mucho a su cuñada y sobrinos y por ellos mantuvo su pasión privada dentro de los límites del decoro social.

    “Nuestra vida es como el taller del artista. Lleno de bocetos abandonados. Vivimos entre fantasmas”, dijo una vez en el cine Alain Delon, haciendo el papel del personaje de Marcel Proust en Un amor de Swann.

    “¿Se acuerdan, amigos de la Generación X y Baby Boomers, cuando fueron al cine a ver Cuando el destino nos alcance? Esa estremecedora cinta de los 70 de un futuro contaminado, hacinado y sin alimentos, basada en la novela Soylent green, nos sacudió por su atroz metáfora del hambre mundial. Pues bien, el año actual de 2022 es aquel en que transcurre la película: felicidades por haberlo alcanzado”.