Hoy todo se centra en la alianza. Ese proyecto se ha convertido en el tapete bajo el cual se barre toda la mugre de las oposiciones; una tela que trata de ocultar el enorme vacío que hay debajo. No hay liderazgos, pero está el sueño de la alianza. No hay propuesta que entusiasme, pero está la fantasía de la unidad. No hay autocrítica, pero se firman comunicados conjuntos. Y ante los escándalos, el abrazo y los silencios de la complicidad.

    El espacio de la opinión se convirtió, de pronto, en sesión de autoayuda. La tonada se repite por todos lados: hay que ser optimistas después de la elección reciente. Nada de derrotismo. Es necesario elevar la autoestima de las oposiciones. Que no haya desaliento, que nadie se desanime. Los porristas de la prensa y las redes sociales piden a la oposición que se vea en el espejo y que, ante su imagen, repita que es la verdadera esperanza, que no le fue tan mal, que las cosas pudieron haber sido peores, que el camino es insistir en el mismo camino. ¡Sí se puede! Había también que hacer las cuentas de tal manera que las sumas fueran alentadoras. Ganamos en la mitad de las elecciones donde competimos juntos, lo cual significa que hay un 50 por ciento de efectividad en la estrategia de la unión opositora. Con la magia de estos números, ¡estamos al tú por tú con el régimen! No les pareció relevante a estos aritméticos del siquitibum el registrar que en todas las elecciones donde se impuso, el oficialismo ganó con más de la mitad de los votos. La crítica se convirtió en porra. La oposición, dicen los porristas, va bien y lo único que debe hacer es persistir en el rumbo que se ha trazado.

    A la crítica no le corresponde hacer de porrista. No es su función buscar el ángulo positivo para elevar la percepción que los actores políticos tienen de sí mismos. Esa es, sin embargo, la labor que desempeñan ahora muchos opinadores. Animadores con pompón que celebran cualquier jugada de su equipo como si fuera un movimiento genial, que cierran los ojos ante sus fiascos y son incapaces de reconocer al adversario que tienen delante porque solo chiflan en cuanto recibe la pelota. Hay quien sugiere posponer la crítica porque resulta impertinente, un servicio involuntario a las peores causas. Creo exactamente en lo contrario. Solamente podría construirse una oposición eficaz si se abren paso las críticas a sus liderazgos y a sus estrategias.

    Hoy todo se centra en la alianza. Ese proyecto se ha convertido en el tapete bajo el cual se barre toda la mugre de las oposiciones; una tela que trata de ocultar el enorme vacío que hay debajo. No hay liderazgos, pero está el sueño de la alianza. No hay propuesta que entusiasme, pero está la fantasía de la unidad. No hay autocrítica, pero se firman comunicados conjuntos. Y ante los escándalos, el abrazo y los silencios de la complicidad.

    Coincido en el diagnóstico elemental: sin un frente opositor amplio será difícil enfrentar la maquinaria del oficialismo, si es que se mantiene unido después del dedazo de la encuesta de uno. Pero no puede reducirse la estrategia a la firma de una asociación. El 2018 tiene muchas lecciones que habría que estudiar y que, me temo, no se están considerando. La alianza que se formó para respaldar la candidatura de Ricardo Anaya es enseñanza de las cosas que no deben hacerse. Ricardo Anaya fue el candidato de un cónclave. Una candidatura que fue construyéndose en una agotadora política de cafés, cenas y mensajes de texto. El humo blanco quiso presentarse como una hazaña porque había logrado la unión de izquierdas y derechas. Era, en realidad, el producto de un brindis. Así le fue.

    Veo a Morena haciendo política en público, placeando a sus personajes, identificando los centros de la batalla que viene. No niego que se brinca la ley para adelantar la campaña. Lo que subrayo ahora es que ocupa la plaza pública. Al mismo tiempo, veo oposiciones pasmadas que reeditan la misma política de coctel de hace cuatro años. Cenitas y tuits para construir una alianza. Es importante tomar nota que aquella estrategia de alianza alrededor de Anaya no solamente fue un fracaso. También fue un golpe fatal al régimen de partidos. Si hoy nos lamentamos de la falta de contrapesos hay que identificar que aquella apuesta de las cúpulas terminó destrozando las identidades de partido. Y deshechas aquéllas, terminaron huecos éstos. Frente a la aplanadora del lopezobradorismo, nos quedamos con partidos que habían renunciado a su identidad y que sobrevivían sin idea de lo que eran. Aquella alianza tiene una enorme responsabilidad en la debacle de nuestro pluralismo. Hoy pagamos las consecuencias de ese alianza ineficaz y perniciosa que llamaron histórica.