Durante poco más de 30 años, la lucha democrática en México ha tenido diversos momentos en los que ha sido evidente cómo los fines de la política y los políticos se fueron modificando en torno a establecer una democracia electoral, plural y representativa en México.
Por muchos años, el PRI como partido hegemónico aseguraba de cierta manera el triunfo de sus candidatos, debido a que dentro de sus estructuras mantenía la representación de los obreros en la CTM, los campesinos en la CNC, los colonos en la CNOP y los jóvenes en el FJR, reconocidos como sectores sociales mayoritarios. Sin embargo, a la llegada de Salinas de Gortari y su proyecto neoliberal de modernización, la hegemonía política del PRI se ve disminuida paulatinamente al grado de ir perdiendo toda representatividad ante sus sectores.
Al mismo tiempo crece la presencia de los llamados tecnócratas en los gobiernos del PRI y el partido. Un cambio, que impulsado desde el entusiasmo de las ideas neoliberales, logra desaparecer gradualmente toda motivación ideológica que la Revolución Mexicana promoviera durante los mejores años del PRI. Este fenómeno del neoliberalismo se vivió simultáneamente en casi todas las democracias occidentales después de la caída de los regímenes socialistas en la década de los 80. Así en México como en otros países, la pirámide del poder se invierte y es el poder económico el que toma el control por encima del político. La clase política termina, al cabo de las siguientes décadas, siendo subordinada al poder económico del sector empresarial y la ayuda de los medios de comunicación.
Durante este periodo de transición política y principalmente económica, se estimula la participación electoral desde la sociedad civil, donde el grueso de la clase media en las ciudades encabeza la búsqueda de un cambio social en la democracia electoral, mientras las élites económicas cimentan el modelo neoliberal de consumo sin restricciones, con el apoyo de los gobiernos en turno. De esta manera se transita por una alternativa de cambio a través de la pluralidad política y de instituciones democráticas ciudadanizadas. El voto, como promesa de cambio, se volvió anhelo de la ciudadanía y con ello se logró establecer una democracia de alternancia en los gobiernos y congresos.
No obstante, con el triunfo del PAN y Vicente Fox en 2000 y un segundo gobierno con Felipe Calderón, la promesa del cambio por la vía de la transición democrática se quedó corta al constituirse en la realidad como una democracia de partidos. Procesos electorales e instituciones democráticas se controlan por una clase política encumbrada en los partidos, desde los congresos. Una suerte de partidocracia sustituye a la hegemonía política de un solo partido del Siglo 20.
Durante este periodo, el comportamiento del elector varía de una elección a otra, los cambios ofrecidos no se reflejan en el entorno ciudadano y se hace patente que la alternancia no garantizó el cambio, por el contrario, al paso de los años se evidencia que las instituciones públicas fueron secuestradas por una clase política que hizo de la democracia electoral una vía de acceso a privilegios y usufructo del poder público. Como resultado de esta realidad, crece la indiferencia ciudadana hacia la política y a los políticos, con ello un paulatino aumento del abstencionismo.
En este contexto, la democracia electoral empieza a ser cuestionada y surgen las propuestas de ciudadanizar candidaturas, luego las candidaturas independientes, incluyendo la campaña de “Anula tu voto” como supuesta protesta ciudadana, mientras que por su parte, los denominados “políticos profesionales”, desarrollan métodos y estrategias para “matematizar” los resultados de acuerdo a numeralias relacionadas con porcentajes y ubicación geográfica, para asegurar los triunfos de acuerdo a estadísticas establecidas con respecto a cantidades determinadas de votos según el comportamiento de los electores. De ahí la necesidad del uso de la mercadotecnia por encima de la política, la sustitución de ideas por imágenes, de símbolos por marcas y de publicidad para persuadir la compra de un producto, en lugar de propaganda para crear conciencia alrededor de una idea.
Esta manera de ver, entender y ejercer la participación política en nuestro país, terminó por desvirtuar los propósitos de una democracia más allá de un proceso electoral. La lucha ciudadana por democratizar las elecciones y el ejercicio del poder en México, vio frustradas sus intenciones ante una joven clase política formada bajo la tutela ideológica del neoliberalismo que antepuso los intereses de una minoría, sacrificando el de las mayorías. Esta fue la razón histórica por la que en 2018 poco más de 30 millones de electores votaron para cambiar lo que estaba sucediendo en el país.
En este rápido y sucinto recorrido de nuestra democracia, podemos observar que el elector ha tenido diferentes razones para votar y otras tantas para no votar. La experiencia de vivir en los gobiernos neoliberales le enseñó en 2018 a decidir por qué sí votar y por quién no votar, y así lo hizo. Hoy a menos de un año de la elección intermedia de 2021, un nuevo comportamiento electoral habrá de situarse con respecto al desempeño de los gobiernos de Morena y de sus legisladores.
Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio el próximo viernes.
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