Durante la noche del pasado 5 de noviembre el mundo recibió la noticia de que Donald Trump había ganado la elección presidencial de Estados Unidos. Incrédulo, yo veía el mapa de nuestro país vecino coloreándose de rojo con los resultados preliminares del colegio electoral.
Como estudioso de la migración, me preguntaba qué pasará en esta administración con los millones de indocumentados mexicanos que radican en aquel país, pues al igual que en su primera campaña del año 2016, en ésta última, Trump también lanzó fuertes amenazas dirigidas contra la población migrante.
Al tener charlas con amigos y familiares que tengo en aquel lado de la frontera en esa condición, me comentan que la incertidumbre, el estrés y el miedo han vuelto a estar presentes entre ellas y ellos con el regreso del magnate republicano a la Casa Blanca, principalmente en los estados con gobiernos “duros” con la inmigración irregular como Arizona o Texas.
A ese malestar emocional que se da entre los migrantes en casos como éste, es lo que el psiquiatra español Joseba Achotegui, ha denominado “Síndrome de Ulises”, también conocido como el síndrome de estrés migrante crónico y múltiple. Se trata de un fuerte malestar emocional que viven las personas que han tenido que dejar atrás su país de nacimiento; su idioma, su comida, su familia, sus amigos, y que a menudo sufren de discriminación en el sitio de asentamiento.
El término tiene su origen en el héroe del mismo nombre en la mitología griega; un semidios que sufrió múltiples peligros y adversidades en tierras lejanas y distante de su familia y de sus seres queridos. Ulises se pasaba los días sentado en las rocas, a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar, llorando incansablemente.
Según el doctor Achotegui, este es un cuadro psicológico que sufren millones de personas en el mundo, y está estrechamente relacionado con las condiciones extremas en las que viajan y viven muchos migrantes, y que se acentúa en coyunturas políticas como la que se vive hoy en Estados Unidos.
Ahora bien, al igual que en la primera administración de Donald Trump, los inmigrantes indocumentados en estos estados fronterizos, creo que tendrán dos reacciones: 1. La inmovilización por el miedo, o 2. Informarse respecto a sus derechos e incrementar su ciudadanía activa.
Sucede que en aquellos años (2017-2021) como en muchos otros momentos de la historia estadounidense, el miedo llevó a muchos indocumentados a resignarse, a aislarse y autoexcluirse de toda actividad social. Interiorizaron sin cuestionamientos ni oposición las normas dictadas por los gobiernos. Por años se mantuvieron en la oscuridad del clandestinaje; no salían de sus casas más que a lo estrictamente necesario. El pánico a una deportación y/o a una separación familiar estuvo presente durante toda la administración.
En cambio, los otros, se hicieron resilientes, se afiliaron a organizaciones no gubernamentales, se informaron sobre sus derechos, salieron a las calles a manifestarse, defendieron los estados santuario. En fin, superaron todas las barreras tanto personales, como estructurales.
De acuerdo a una investigación hecha por mi amiga María José Enríquez-Cabral, la era Trump les permitió nuevas habilidades y conductas que minimizaron el riesgo de una deportación. Entre esas habilidades, sucede que aprendieron más el idioma inglés, se mantuvieron más informados de los asuntos político-migratorios. Esa ciudadanía activa, que les permitió consolidar redes de apoyo, disminuyó en gran medida la incertidumbre, el estrés y el miedo. A la vez que los preparó para saber cómo actuar, y qué hacer ante las posibles acciones antiinmigrantes.
Es cuanto...
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